–No me entristeció estar lejos de mi madre –admitió en voz baja–. Y no tenía sentido contarle a la gente lo que había ocurrido. Como mucho, la habrían detenido y yo me habría quedado huérfana.
–¿Y tú querías participar en esos concursos? ¿O también te obligaba ella?
–Yo ví que tenía una oportunidad y me esforcé. Solo competí en categorías infantiles, me marché antes de entrar en las juveniles. Y estoy segura de que lo haría bien si empezase a concursar ahora. Es uno de mis planes de emergencia, si me deportan. No obstante, hay que realizar antes una buena inversión. Hay que ganar certámenes pequeños, hay que darle tiempo.
Estaba hablando demasiado deprisa.
–Ese es el único motivo por el que me abrí una cuenta en Venezuela. Si tengo que retirar dinero de ella, le prometo que se lo devolveré con intereses.
Él no respondió inmediatamente y estrechó la mirada.
–Los concursos podrían ser un buen medio para empezar después a modelar. ¿Tan mal te parecería empezar así?
–¿En Venezuela? En cuanto recibiese algo de publicidad, mi madre volvería a mi vida, y preferiría evitar eso.
–¿Es ese el principal motivo por el que no quieres que te deporten? ¿Tu madre?
–Sí –admitió ella, tocando el pescado con el tenedor, incapaz de tomar otro bocado.
–Deja eso. Ya está muerto.
Pedro tomó su plato lleno y lo dejó encima del de él, que estaba vacío.
–Yo me lo terminaré, si tú solo vas a jugar con él.
–Estoy dispuesta a limpiar váteres si es mi única opción –continuó ella, agarrándose las manos sobre el regazo–. Seguiré programando, porque sé que es un trabajo bien pagado, pero tampoco será fácil. Mis atributos físicos hacen que lo más fácil sea intentar modelar.
Paula contuvo la respiración mientras esperaba su opinión. De momento, Pedro no se había ido por las ramas, pero, si le decía que no era lo suficientemente atractiva, ella tendría que cambiar de estrategia. Él recorrió su rostro con la mirada en una caricia casi tangible.
–No puedo negar que eres muy bella –respondió con toda seriedad.
Pedro apartó la mirada y su expresión se endureció. A ella se le encogió el corazón porque quería que siguiese mirándola.
–Solo le pido que me lleve con usted y me dé el tiempo necesario de establecerme –le rogó en voz baja–. Yo continuaré trabajando en las inversiones de Sara a cambio de alojamiento y comida…
–Un buen trato, teniendo en cuenta que no gastas mucho…
–Necesitaré un pequeño préstamo para comprarme ropa y maquillaje, pero continuaré vistiendo este uniforme cuando esté trabajando para usted.
–¿Y qué más?
Ella cerró los ojos, enfadada consigo misma porque su desesperación era evidente. Sintió que le ardían los ojos y consideró otros métodos de persuasión. A Pedro no parecía interesarle el sexo, tal vez porque se había dado cuenta de que era inexperta en aquellas artes. ¿Podía ofrecerle prepararse en aquella materia? Estaba dispuesta a esforzarse para mejorar. Se oyeron unas suaves pisadas. La doncella llegó con un plato de pato sobre una cama de coloridos vegetales.
–Deja solo uno –le dijo Pedro–. Y el otro cómetelo tú. Nosotros compartiremos este. Ya casi no tengo apetito.
Y miró a Paula mientras dejaba el plato entre ambos.
La doncella se inclinó y se retiró con el plato y muchas cosas que contar en la cocina. Paula imaginó que pronto la acusarían de estar acostándose con el nieto de la señora Chen, no se les ocurriría pensar que él ya la había rechazado.
–Señor Alfonso…
Él levantó la barbilla, desafiante.
–Pedro –repitió ella en voz baja.
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