martes, 27 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 28

Ella sacó unos auriculares inalámbricos y otros accesorios que hasta entonces solo había visto por Internet, y que jamás había soñado con tener.


–¿Es un ordenador portátil nuevo?


Y una tablet.


–Te gustará. Tiene más capacidad de procesamiento y es más seguro. Considéralo un regalo de agradecimiento por haberme alertado de la vulnerabilidad de mi propio programa. He descubierto cómo conseguiste hackearlo y me he quedado muy sorprendido, pero no volverá a ocurrir.


Paula devolvió todas las cajas a la bolsa, pero se quedó con una cartera color violeta en la mano. Nunca había tocado un ante tan suave. Tenía una pequeña correa y un cierre dorado. Y, dentro, si no se equivocaba, había un teléfono. Su último teléfono se había estropeado hacía mucho tiempo y Sara solo le había dejado el suyo para que lo configurase. En realidad, nunca había necesitado un teléfono propio porque no había tenido a quién llamar. La azafata volvió con el agua y unos minutos después habían despegado. Jugó con la correa de la cartera y la abrió para, por fin, descubrir que, efectivamente, había un teléfono dentro. Un aparato muy femenino, de color rosa y dorado. Deseó sacarlo para poder inspeccionarlo bien, pero le dió miedo mancharlo. Entonces brilló una luz y una voz femenina la saludó:


–Hola, Paula.


Esas mismas palabras aparecieron en la pantalla, sobre el logo de Pedro y los iconos de varias aplicaciones.


–¿Cómo…?


–Reconocimiento facial.


–¿Es ese el motivo por el que ayer tardaron tanto en hacerme la fotografía para el pasaporte? ¿Estabas escaneando mi cara?


–Si no te gusta, puedes cambiar la configuración. Yo no quiero que mi teléfono se desbloquee siempre que lo miro, así que también tengo que poner la huella dactilar.


–Sé que tú te dedicas a todo esto, pero, no obstante, sigue siendo un aparato muy caro.


–Mucho. Eso de ahí es oro y, las piedras que ves brillar en la funda, diamantes. Cuídalo bien.


–¿Qué?


A Paula se le escapó el teléfono de las manos y cayó sobre su regazo. Lo recogió inmediatamente, avergonzada. 


–¿Y por qué me das algo así?


–Porque eres mi esposa. Todo el mundo esperará que tengas lo mejor.


Ella sacudió la cabeza, todavía no tenía claro qué significaba ser su esposa. Dió un sorbo a su vaso de agua e intentó tranquilizarse.


–Eres muy distinto a tu abuela. A Sara no le gustaba hacer ostentación de su riqueza. Le daba miedo que la gente le robase si se daba cuenta de todo el dinero que tenía.


–Lo que explica que te mantuviera encerrada y que hiciese pensar al resto de sus empleados que te podían tratar mal. No quería que nadie supiese lo mucho que te necesitaba en realidad.


¿Qué pensarían de ella si permitía que sus empleados la sirviesen y si hacía ostentación del teléfono que él le había regalado?


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