jueves, 22 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 21

Apretó los labios con fuerza, tomó el bolígrafo con mano temblorosa y firmó pensando que no recordaba cuándo había sido la última vez que lo había hecho. Pedro le dió el documento al abogado y miró al señor Johnson. Y, allí mismo, delante del escritorio de Sara, donde tantas veces había estado Paula, dijo los votos que la unían a Pedro, firmó otro documento y fueron declarados marido y mujer.


–Se pueden besar –dijo el señor Johnson.


Pedro le pareció, de repente, enorme. Sus ojos se habían aclarado. Y parecía estar haciéndole una pregunta en silencio, una que Paula no podía interpretar, mucho menos responder. Notó el calor de su mano en la nuca y lo vio inclinar la cabeza. Ella se había preguntado antes cómo sería un beso. Había visto uno mucho tiempo atrás y… Dejó de pensar al notar sus labios. Fue un cosquilleo que la volvió loca. Se puso de puntillas para que la caricia fuese más firme. Y, por un instante, ambos se quedaron inmóviles, sorprendidos. Entonces los labios de él se volvieron a mover lentamente y ella sintió fuegos de artificio bajo la piel, explotando debajo de sus párpados cerrados. Dió un grito ahogado. El sabor de Pedro a café solo, el olor de su aftershave, la humedad de su lengua, hicieron que se le hiciese un nudo en el estómago y se le acelerase el corazón. Paula apoyó una mano en su pecho. El beso aumentó en intensidad. Ella se pegó a su fuerte pecho y, casi sin darse cuenta de lo que hacía, lo abrazó por el cuello. Deseó quedarse así eternamente. Era una sensación maravillosa. Pedro levantó la cabeza y a ella se le escapó un gemido. Sus manos la agarraron por los brazos y retrocedió, su expresión era indescifrable. Después, se giró a mirar al señor Johnson y le dijo:


–Gracias.


Fue como un jarro de agua fría. Paula todavía se sentía aturdida, pero imaginó que aquel beso solo había ocurrido porque tenían público, que no había afectado a Pedro como a ella.


–Recoge tus cosas –le dijo él–. No tardaremos en marcharnos.


Ella asintió sin mirar a nadie. Estaba empezando a darse cuenta de que había puesto su futuro en manos de un hombre con mucho más poder que el de su madre, e incluso que Sara. Paula se había sentido envalentonada el día anterior y había jugado sus cartas, pero estaba segura de que Pedro no tardaría en entrar en el sistema. Entonces, ya no la necesitaría para nada. Y ella volvería a estar sola y perdida en el mundo. Al menos allí tenía los pies sobre el suelo. En cuanto se marchasen, estaría a su merced. Mientras guardaba un par de cosas en una bolsa pensó que tal vez debía quedarse, pero miró a su alrededor y se dio cuenta de su triste existencia. Se llevó la mano a la falda, pero no encontró los bolsillos en los que guardaba una piedra lisa y suave que había encontrado en el jardín años atrás. Estaba en la mesita de noche. La guardó. ¿La echarían de menos los peces cuando no fuese a darles de comer cada mañana? ¿La echaría de menos alguien cuando se marchase de allí? Pedro estaba en la puerta de la casa, despidiendo a los otros hombres. Ella fue al despacho de Sara y se dispuso a desconectar el ordenador, pero antes quiso comprobar si él había accedido ya. No lo parecía. Confirmó las pagas semanales y se aseguró de que había dinero suficiente para que los empleados de la casa las pudiesen cobrar. Después echó un vistazo a la bolsa. La noticia de la hospitalización de la señora Chan habría causado una buena caída si no hubiese ido acompañada de la identidad de su nieto como heredero. Eso había hecho que aumentase la venta de sus acciones y que subiese su valor varios puntos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario