–Señor Alfonso, me alegro de volver a verlo. Toutes nos félicitations –añadió, tocándose la gorra antes de marcharse.
–Gracias –dijo Paula sorprendida.
–Su acta de nacimiento está también ahí, con la de matrimonio –continuó la asistente de Pedro–. Por favor, diríjase a mí si tiene cualquier duda o preocupación. Soy la mano derecha del señor Alfonso aquí en Europa, y puedo informarme si necesita cualquier cosa que esté fuera de mi ámbito decompetencia.
–Gracias –le respondió Paula con los ojos como platos, parpadeandorápidamente.
Pedro le dió las gracias también y dirigió a Paula a la parte trasera del vehículo. A ella le temblaron las manos mientras sacaba los documentos del sobre.
–Es mi acta de nacimiento –comentó, maravillada–. Ésta soy yo.
–Bien –le dijo él.
A ella le siguieron temblando las manos mientras doblaba con cuidado el papel para que cupiese en la cartera. También metió allí el pasaporte, la tarjeta de la asistente de Pedro y su acta de matrimonio, después la cerró yla agarró con fuerza.
–¿Tienes frío? –le preguntó él, tomando su mano para ver cuál era su temperatura.
Ella le apretó la mano con fuerza y se giró a mirarlo. Tenía los ojos llorosos.
–Gracias –repitió.
–¿Por qué estás llorando? –le preguntó Pedro, alarmado, tomando una caja de pañuelos para ofrecérselos.
–Porque…
A Paula se le quebró la voz. Se limpió la nariz.
–No sé cómo te voy a compensar por esto, pero lo haré, te lo prometo.
–¿Por qué? No ha sido nada.
Había pagado para poder tener todos los documentos muy pronto, pero el dinero que se había gastado era una décima parte de lo que le daba a su chófer para imprevistos.
–No, yo no era nadie. Ahora tengo lo más importante del mundo, me tengo a mí –le explicó Paula, agarrando la cartera con fuerza–. Gracias.
«Me has contado lo mucho que vales, Paula. Ahora, actúa como si tú también te lo creyeras».Había estado actuando. Todo el tiempo. Y siguió haciéndolo, en especial, cuando varios diseñadores cuyos nombres conocía de las revistas de moda de Sara se comportaron con total deferencia con ella y le dieron la bienvenida a sus showrooms. Tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír con incredulidad cuando le ofrecieron champán, caviar e incluso una pedicura.
–Yo…
Miró a Pedro, esperando que este les dijese que ella quería ser modelo y que no tenían por qué tratarla como si perteneciese a la realeza.
–Quiero todo un armario nuevo –dijo él–. De arriba abajo, para el día y para la noche, para trabajar y para salir. Hagan lo que puedan para mañana, el resto deberán enviarlo a Nueva York.
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