martes, 13 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 10

 –Me estaba preguntando cuándo íbamos a llegar a una propuesta así.


Pedro alargó la mano y, con un dedo, le metió un mechón de pelo detrás de la oreja. Ella se quedó sin habla, aturdida.


–Por prometedora que sea la idea… –le dijo él en tono sensual–. No me vas a convencer de que te permita gestionar el dinero de mi abuela. Ni el mío.


Bajó la mano y Paula se estremeció. Pedro apartó la vista de sus carnosos labios haciendo un enorme esfuerzo a pesar de que estaba a acostumbrado a controlarse. Ceder a los impulsos, en especial, a los sexuales, era infantil. Pero estuvo a punto de dejarse llevar al ver deseo y decepción en la mirada de Paula.


–No pretendía… No quería… Ofrecerle sexo a cambio de…


–El balbuceo resulta casi convincente. La mayoría de los hombres se volverían locos frente a una damisela en apuros. Has hecho bien intentándolo –le dijo, dándose cuenta de que era el primer gesto de vulnerabilidad de su perfecta actuación. No obstante, no se la creía–. Yo soy inmune.


O casi. Estaba deseando apretarla contra su pecho y no solo por deseo sexual, sino porque el temblor de sus pestañas había despertado algo en él. A pesar de saber que no debía hacerlo, sentía el impulso de protegerla. De tranquilizarla. Ella no volvió a balbucear ni a protestar. Su expresión tal vez fue de dolor un instante, pero enseguida pasó. Enseguida volvió a ser como era en realidad, fría y dura.


–Entonces, el sexo no está en la mesa de negociación, ¿No?


Él tuvo la sensación de que se había perdido algo.


–Nunca obligo a nadie a acostarse conmigo ni pago por ello –le respondió Pedro–. No obstante, me gusta disfrutar del sexo, también encima de una mesa si es necesario.


–Estoy dispuesta a ofrecerle otras cosas que podrían interesarle. Casarme con usted, por ejemplo.


–¿Quieres que me case contigo? Sinceramente, no podrías haberme sorprendido más. Muchas gracias, pero no.


La rechazó a pesar de saber que pronto tendría que empezar a pensar en buscar una esposa. No iba a dejar su fortuna a los tontos primos de su padre. Apartó aquello de su mente. Necesitaba concentrarse en la conversación que estaba manteniendo en esos momentos con aquella sorprendente y talentosa mujer.


–Yo tampoco quiero casarme con usted. Es demasiado joven –respondió ella, como si la idea le pareciese ridícula.


–Me corrijo –le dijo él–. Sí que podías sorprenderme todavía más.


–Pero podría casarme con un hombre de más edad que a usted le pareciese bien, siempre y cuando consiguiese la residencia en un lugar como Londres o Nueva York.


–¿Quieres casarte con alguien que te doble la edad?


–Que me la triplique, más bien –lo corrigió ella, frunciendo el ceño–. Solo tengo veintidós años.


–Esto es demasiado –admitió él, echándose a reír abiertamente.


–A su abuela le fue bien casándose con un hombre mucho mayor. Con treinta años ya era viuda.


–Dicen que la imitación es la forma más sincera de adulación –comentó Pedro, cruzándose de brazos–, pero yo no soy un proxeneta. Y los hombres mayores se buscan las esposas jóvenes ellos solos, no necesitan mi ayuda.


Le causó repugnancia pensar en un hombre mayor acariciando con lujuria aquellas curvas. Ella miró hacia la ventana. Tal vez le brillasen los ojos y hubiese hecho una mueca, pero Pedro no se sentía triunfante. Se sentía cautivado por la perfección de su exquisito perfil. En aquel momento, Paula le parecía distante e intocable y deseó algo que no era capaz de expresar con palabras.


–Muy bien –dijo ella por fin, acercándose al ordenador–. Desharé todo lo que he hecho si tengo su palabra de que mi deuda con su abuela queda saldada y yo, libre. Y de que no llamará a la policía.


Había derrota en su tono de voz y Pedro se sintió mal a pesar de haber ganado. No quería que aquel juego terminase, pero asintió. Ella acercó el dedo al sensor del ordenador.


–Solo quiero que quede claro… –empezó, mirándolo de nuevo.


Él tuvo un mal presentimiento, aquel cambio en el guion lo alertó.


–¿Sí? –preguntó con total naturalidad, casi con aburrimiento.


–Cuando digo todo…

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