–Así estaré seguro de que no malversas fondos ni lanzas bombas a la prensa.
Ella enrolló el documento y ladeó la cabeza con recelo.
–¿Se supone que tengo que desactivarlo todo ahora?
–No es una trampa –le aseguró Pedro–. Apaga el temporizador. Yo entraré en el sistema cuando pueda y veré qué has hecho. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir.
Mientras salía de la habitación se dijo que tal vez aquel fuese el verdadero motivo por el que quería casarse con ella, para conocerla mejor y comprender cómo trabajaba. Era una oportunidad demasiado buena para rechazarla. Y Paula no tenía más opciones. El fallecimiento de Sara la había dejado desprovista en muchos aspectos. El contrato nupcial era muy generoso, pero imaginó que, en realidad, Pedro no querría darle una asignación, ¿O sí? Tachó aquel punto y puso un signo de interrogación al lado. ¿Y las asignaciones por hijos? ¿Esperaba él que tuviesen sexo? ¿O sería un matrimonio solo en papel?
A la mañana siguiente Paula se levantó temprano, con ganas de hablar sobre el tema, pero Pedro estaba muy ocupado. Había abogados y otras personas haciendo literalmente fila, esperando su turno para que les firmase papeles, tomase decisiones acerca de la incineración de Mae y diese una breve rueda de prensa. Logró por fin llamar su atención desde la puerta cuando él se estaba despidiendo de alguien.
–¿Preparada? –le preguntó él, haciéndola avanzar y frunciendo el ceño al ver cómo iba vestida.
Le había pedido que se vistiese para viajar, pero lo único que tenía Paula eran sus uniformes, así que había buscado en el vestidor de Sara y se había puesto lo único que le había servido, teniendo en cuenta que tenía las caderas anchas y el pecho generoso. La falda de tablas era color mostaza y la chaqueta muy antigua, con unas hombreras enormes. Paula sonrió al abogado de Sara, que estaba sentado en un sillón, con un montón de papeles delante, sobre la mesita del café. Otro hombre se puso en pie cuando ella entró. Pedro tomó los documentos y mientras los leía, dijo:
–Cierra la puerta. Éste es el señor Johnson, de la embajada estadounidense. Él hablará con las autoridades venezolanas para conseguirte un pasaporte de emergencia y que puedas viajar.
–Ah. Gracias. Encantada –dijo ella, dándole la mano.
–Tengo entendido que están ambos muy enamorados –comentó el señor Johnson.
–¿Qué…?
–Va a oficiar nuestro matrimonio –le aclaró Pedro, inclinándose sobre el escritorio para firmar al final del contrato.
Después le ofreció un bolígrafo a Paula.
–Es decir, que nos casamos porque nos queremos, no para que tú consigasla residencia.
Ella abrió la boca para decirle que había ido a verlo para hablar del contrato, no para firmarlo, pero el señor Johnson estaba allí, dispuesto a darle un pasaporte y un visado para que entrase en Estados Unidos, así que volvió a cerrarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario