jueves, 1 de febrero de 2024

Acuerdo: Capítulo 1

Pedro Alfonso había nacido en el año del dragón y era dominante, ambicioso, apasionado y audaz. Nada lo perturbaba. Sin embargo, el tono de llamada de su abuela era capaz de alterar su característica indiferencia. El inconfundible tintineo de la campana de metal podría haber parecido una señal de afecto. Sí, había visto a su abuela sacudiendo aquella campana en dos de las tres ocasiones en las que habían hablado en persona, pero ninguno de los dos poseía el gen sentimental. No, la campana era una opción práctica, que llamaba su atención en cualquier situación. Las misivas de Sara Chen eran de naturaleza económica, urgentes y siempre lucrativas. No necesitaba más dinero, pero si había conseguido tener una cuenta con once ceros a los treinta años no había sido porque ignorase las oportunidades que se le presentaban. Así pues, al primer repique levantó un dedo para detener la discusión acerca de la adquisición de una empresa de energía que lo convertiría en el propietario de hecho de un pequeño país. Giró su teléfono móvil y tocó la pantalla de cristal de zafiro. El mensaje era de Paula: "Su abuela ha sufrido una urgencia médica. Sus instrucciones en este caso es que le informemos inmediatamente de que es usted su heredero. Adjunto la información de contacto de su médico a continuación". Aquello era nuevo. Seleccionó el número del médico, tomó el teléfono y se levantó para marcharse sin más explicación. Salió con paso decidido de la habitación, más preocupado por la idea de ser nombrado heredero que por el estado de salud de su abuela. Para empezar, porque Sara era demasiado guerrera como para sufrir ninguna enfermedad durante mucho tiempo. Volvería a estar bien antes de que se terminase aquella llamada. Con respecto al hecho de que él fuese su heredero, sabía que su abuela no estipularía algo así sin poner toda una sinfonía de condiciones. Llevaba dos décadas intentando manipularlo para que aceptase sus consignas. Aquel era el motivo por el que no se había interesado nunca por la fortuna de su abuela ni había dado por hecho que algún día fuese a ser suya. Respondía a todas sus ofertas de inversión con otras oportunidades igual de ventajosas para ella. Ojo por ojo y diente por diente. Ninguno de los dos tenía obligaciones con el otro más allá de una deferencia mutua.


–Ha sufrido un infarto –le informó el médico unos segundos después–. Es difícil que sobreviva.


La habían llevado a la clínica con rapidez y discreción, había añadido el doctor.


–Supongo que la noticia va a causar inquietud en los distritos financieros cuando salga a la luz. No sabía que fuese usted su nieto.


Mientras Pedro repasaba mentalmente las consecuencias de la incapacidad de su abuela, o de su muerte, la voz aguda del médico penetró en su mente. Se lo imaginó preguntándose si había propiedades con las que hacerse antes de que estuviesen oficialmente en el mercado. Gracias a sus mutuos intercambios de información a lo largo de los años. Sara había pasado de realizar inversiones inmobiliarias relativamente estables a invertir en tecnología y energías renovables, metales preciosos y un amante veleidoso: El petróleo. Y alguien tenía que ocuparse de todo eso. Le aseguró al médico que estaría allí lo antes posible. Le envió un mensaje a su asistente ejecutivo para cambiar de fecha la reunión que acababa de abandonar. También le pidió que le dejase la agenda libre y que pidiese que preparasen su avión privado. De camino al ascensor, miró hacia la mesa que tenía más cerca y dijo:


–Mi coche, por favor.


La mujer tomó el teléfono y cuando Pedro llegó a la calle su Rolls Royce ya lo estaba esperando. 

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