Paula intentó componerse, como si quien llamaba pudiera verla. Pero no podía dejar de sentirse avergonzada por su comportamiento. Si quería mantener aquel trabajo, tenía que alejarse de Pedro Alfonso.
Pedro colgó unos segundos después.
—Perdona la interrupción, era mi representante. Oye, ¿Dónde vas?
—Tengo que hacer el desayuno. Y me alegro de la interrupción. Esto no puede pasar, Pedro.
—¿Por qué?
—Porque soy tu fisioterapeuta.
—Pero también eres una mujer y yo soy un hombre. Y los dos sentíamos curiosidad, ¿No?
«Sí, pero estoy embarazada de otro hombre», pensó Paula.
—Bueno, pues ya sabemos cómo es. Ahora, lo mejor será olvidarlo.
Él vaciló un momento.
—Muy bien. Si eso es lo que quieres… Pero si cambias de opinión, házmelo saber.
—Esto no es ninguna broma, Pedro. Yo no voy a ser otra de tus conquistas —replicó ella, antes de salir de la habitación.
Cinco minutos después, Pedro apareció en la cocina.
—No quería que te enfadases. Sólo ha sido un beso y, además, no te veo como una de mis conquistas. Si hubieras leído algo sobre mí, sabrías que me gustan las rubias.
Ella lo fulminó con la mirada. Pero no pudo evitar una sonrisa.
—¿Y qué pasa con las pelirrojas? ¿Te dan miedo?
—No pienso meterme en ese jardín.
—Gallina —rió Paula.
—Desde luego que sí. Sé que puedes hacerme mucho daño.
—Ah, veo que estás aprendiendo.
—Entonces, ¿Amigos otra vez?
—Amigos —asintió ella, sabiendo que quizá no era buena idea.
Pedro se apoyó en las muletas y la estudió, muy serio. Debía admitir que aquella chica lo atraía más de lo normal. Pero lo último que necesitaba era una relación amorosa. Paula Chaves era de esas mujeres de las que resulta difícil salir corriendo… Y eso era lo que a él se le daba mejor. Además, aquella vez no podría salir corriendo. Entonces se fijó en sus ojeras.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, un poco cansada, pero bien.
Era lógico, no debía dormir mucho porque la oía pasear por la habitación hasta el amanecer.
—¿Por qué duermes tan poco?
Paula abrió la nevera.
—Estoy acostumbrada a dormir poco.
—Pues eso no puede ser. Tienes que cuidarte…
—Estoy acostumbrada a trabajar —lo interrumpió ella—. Mientras estaba en la universidad, trabajaba como camarera y antes en el rancho de mis padres. Ser una chica no significa que las tareas fueran más fáciles. Así que, créeme, estoy acostumbrada. A menos que tú tengas alguna queja, claro.
Pedro dejó escapar un suspiro. Sólo que era demasiado guapa y que le gustaría volver a besarla una y otra vez.
—Ninguna, Paula. Me has convencido.
—Ah, qué bien. Creo que estás entrando por el aro.
—Sí, bueno, tardo en aprender.
—Yo diría que no. Estás progresando muchísimo.
—No hablemos más de mí —sonrió Pedor—. ¿Quieres saber el secreto?
—Si me lo cuentas, ya no será un secreto, ¿No?
—Pero es una buena noticia.
—Mejor te la guardas para ti —sonrió Paula, sacando unos huevos.
—Bueno, te daré una pista. Alguien está embarazada.
A Paula le dió un vuelco el corazón. ¿Cómo se había enterado?
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