—Se acabó el sermón —dije recuperando la cordura mientras alejaba mi mano de la suya con el pretexto de apartarme un mechón de cabello de la cara—. Y ahora, dime, Pedro… ¿Quién es exactamente «George el Magnífico»? Si Julián no es tu amante, ¿por qué intentó asesinarme con la mirada el día que nos conocimos?
Una vez efectuado el cambio de tema, agarré el tenedor y ataqué mi plato. Pedro me imitó al cabo de unos instantes.
—Alquilé el departamento a George Mathiesen durante mi estancia en África. Se mudó la semana pasada. Supongo que es a él a quien te refieres.
—De acuerde, ese era «George», pero… ¿Era magnífico?
—Como inquilino era perfecto —dijo sin comprometerse—. De acuerdo —añadió al ver la curiosidad pintada en mi mirada—, es modelo de pasarela y mide un metro ochenta y cinco, tiene unos ojos tan azules que lo más probable es que lleve lentillas de color y sus pómulos parecen esculpidos en mármol. ¿Contenta?
—No necesitaba una explicación tan detallada. Me hubiera conformado con un simple «Sí».
—No tienes de qué preocuparte, Paula —me dijo con una sonrisa—. Te aseguro que no es mi tipo.
—¿De veras? ¿Y Julián?
—No sé qué decirte sobre Julián. Creo que es mejor que se lo preguntes a su mujer.
—¿Mujer? ¿Está casado?
—Pareces sorprendida —me dijo en tono de guasa.
—Entonces, si no estaba celoso, ¿Qué problema tenía conmigo esta mañana?
—Vino a buscarme para que nos fuéramos juntos a echar un primer vistazo a la cinta. Pero yo le dije que tenía ya un compromiso previo que no pensaba cancelar.
—¿No tuvo nada que ver con el paraguas?
—No llegó a mencionarlo —admitió Pedro—. Le dí el que había comprado por la mañana y ni siquiera se percató de la diferencia.
Pero parecía tan… Irritado… Me resultó tan…Grosero…
—No era nada personal, Paula. Está obsesionado con el trabajo. Se había pasado toda la noche editando la cinta y deseaba a toda costa que yo fuera a felicitarlo. Nada más.
—No lo entiendo. ¿Por qué te tomaste tan en serio la búsqueda de un paraguas adecuado si él no iba a notar la diferencia?
—Porque cuanto más alargara la búsqueda, más tiempo podría pasar en tu compañía, Paula. Me resultó muy duro tener que meterte en un taxi, dejar que desaparecieras de mi vista —traté de concentrarme en la comida para mantener mis reacciones físicas bajo control—. Jay me saludó desde la ventana y yo le devolví el saludo. Cuando volví la vista, tu taxi ya había desaparecido. Me sentí como si el corazón me hubiera dejado de latir…
Durante unos segundos, Pedro se mantuvo en silencio, como si sopesara la posibilidad de comprometerse aún más y seguir hablando de los sentimientos que me profesaba. Yo levitaba.
—Parece una tontería —prosiguió al fin—, pero cuando me di cuenta de que no ibas a contestar a mis mensajes, se me pasaron por la cabeza cientos de posibles catástrofes. Finalmente, decidí interrumpir la sesión con Julián y…
—Gracias —lo interrumpí—. Ahora jamás podré librarme del odio de Julián.
—No, Paula. Julián es obsesivo, pero no inhumano. Me dijo que me fuera a resolver mis asuntos mientras él se dedicaba a lo verdaderamente importante. —Por primera vez, pensé en él con simpatía—. Solo quería verte, asegurarme de que te encontrabas bien.
—No soy del todo idiota, Pedro. Soy capaz de poner en práctica mis planes sin que nadie me lleve de la mano.
Él levantó las manos en gesto de rendición.
—Supongo que, entonces, el idiota soy yo —dijo—. La verdad es que deseaba volver a verte, mirarte…Aunque supiera que no debía tocarte. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, te ví vestida como en mis mejores sueños, pero no para mí ni para Don, sino para irte de juerga con Sofía. Y perdí la cabeza, por eso te besé. Si estabas disponible, yo te quería para mí.
—Estaba disponible y podrías haber hecho el amor conmigo, Pedro —le aclaré tranquilamente.
—Ya. Y después… ¿Qué? Me hubiera sentido culpable de haberme aprovechado de tu… Inocencia. —mi corazón dió un respingo pensando que, por alguna oscura razón, ese hombre había sido capaz de descubrir mi secreto mejor guardado—. En realidad estaba pensando en tu vulnerabilidad —se explicó—. Me habrías odiado, Paula al menos tanto como yo me habría odiado a mí mismo.
—Antes me has preguntado por qué no había contestado a tus mensajes —dije, pensando que Pedro se merecía que yo fuera tan sincera como él—. Me metiste en ese taxi y me besaste en la mejilla —relate tocándome con la mano el lugar donde él me había besado, recordando la mezcla del aire fresco con su masculino aroma—. Durante un instante pensé que te ibas a quedar conmigo, que mandarías a Julián a la porra y te meterías en el taxi. Sin duda, era una locura, pero te deseaba de tal manera que no podía pensar con sensatez.
—Me habría gustado…
—Pero no lo hiciste. Te alejaste del taxi y saludaste a Julián. Al verlo, sentí que me habías olvidado por completo en un abrir y cerrar de ojos.
—¡No!
—Me sentía tan… Tan celosa, que no pude contenerme. Hacía ya un rato que yo jugaba con uno de mis rizos, enroscándolo y volviéndolo a desenroscar.
Pedro me tomó por la muñeca, solté el rizo, que se enroscó de nuevo y depositó mi mano sobre la mesa y puso la suya encima.
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