Durante los últimos días, Pedro había ejercitado la pierna hasta la extenuación. En diez días no sólo había cambiado de actitud sino que había mejorado el tono de la pierna malherida. Tenía más energía, más ganas de moverse. Paula intentaba contenerlo, advirtiéndole que no debía ir tan aprisa, pero él no estaba tranquilo si no hacía algo. También había hablado con Federico para disculparse por su comportamiento, pero le pidió que no tomara decisiones sin consultar con él. Progresaba a pasos agigantados y estaba pensando en la posibilidad de volver al rodeo. Echaba de menos los viajes, las multitudes, los fans, la atención de las mujeres… Entonces pensó en el tiempo que había pasado desde que besó a una mujer, desde que se acostó con alguien. Pero cuando cerraba los ojos, veía la cara de Paula. Eso le ponía de mal humor. Y empezaba a estar harto de las duchas frías. Cuando estaba maldiciendo en voz baja sonó un golpecito en la puerta.
—Entra.
Catalina, su sobrina, asomó la cabeza.
—Hola, tío Pedro. ¿Puedo pasar?
Esas visitas matinales se habían convertido en una costumbre y Pedro las disfrutaba cada día más.
—Mi sobrina favorita puede venir a verme cuando quiera.
La niña no era pariente de sangre, pero Federico había adoptado a Catalina y Nicolás cuando se casó con Romina. De modo que, a pesar de sus protestas, para él era lo mismo.
—Te he traído una cosa —dijo la niña, mostrándole un dibujo.
—Ah, qué bonito.
—Es mi mamá, mi papá y Nicolás y yo. Ésa es nuestra casa. Quiero que lo cuelgues en la pared para que lo veas todos los días.
—Muchas gracias, Cata. Lo pondré en la nevera y así podré verlo cada mañana.
La niña se puso de puntillas para hablarle al oído:
—Y sé un secreto.
—¿En serio? ¿Qué secreto?
—Tienes que prometer que no vas a contárselo a nadie.
—Muy bien, te lo prometo —dijo Pedro en voz baja.
—Mi mamá tiene un niño en la barriga.
Pedro tragó saliva. ¿Sería cierto o la niña lo estaba imaginando?
—¿Ah, sí? ¿Y tú cómo lo sabes?
Catalina levantó los ojos al cielo.
—Porque lo ha dicho la barrita rosa. Así se sabe si tienes un niño en la barriga.
—Ah.
¿Cómo sabía una niña de cuatro años lo que era una prueba de embarazo?
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque los he oído hablar en su habitación —contestó Catalina en voz baja—. Y se estaban dando besos. Se dan muchos besos.
Sin duda, pensó Pedro, sintiendo una punzada de celos.
—A lo mejor no deberíamos decir nada. Seguro que quieren darnos una sorpresa.
Catalina se llevó un dedo a los labios.
—No podemos decir nada.
—Eso está muy bien porque si decimos algo, ¿Sabes lo que pasará?
La niña negó con la cabeza.
—Que vendrá el monstruo de las cosquillas —sonrió Pedro, tomándola en brazos. Cuando Catalina estaba muerta de risa, Paula entró en la habitación.
—¡Socorro, Paula! —gritó la niña, sin parar de reír—. El tío Pedro… Me hace cosquillas…
—¿Ah, sí? Pues eso no puede ser.
Paula se colocó por detrás y empezó a hacerle cosquillas a él.
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