jueves, 12 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 54

 —Íbamos a visitarte hoy —dije—, para contártelo.


—Entonces les he ahorrado el viaje. Yo también tengo algo que decirte. Hace un par de meses conocí a un hombre. Se llama Felipe y tiene un taller mecánico. Desde entonces ha estado intentando convencerme para que me una a él, pero no sólo en el terreno laboral sino también en el sentimental. ¿Comprendes?


Comprendí. Por fin se hizo la luz en mi mente: David era homosexual, pero jamás había tenido el coraje de admitirlo. Eso lo explicaba todo.


—Lo siento, Paula —prosiguió David al cabo de un momento.


—No, la que lo siente soy yo —dije rodeándole el cuello con los brazos—. Prométeme que vas a ser feliz.


—Te lo prometo. Y ahora tengo que irme, Felipe me está esperando en la calle. Te llamaré para darte mi nueva dirección. A lo mejor os apetece invitarnos a la boda —dijo mirando a Pedro.


—Dalo por hecho —contestó éste.


El silencio se apoderó de la cocina, una vez que David se hubo marchado. Lorena y Sofía desaparecieron discretamente.


—Eso lo explica todo —dije.


—¿No tenías ni la menor sospecha? —preguntó Pedro.


—Nos queríamos desde niños, supongo que ha estado conmigo todos estos años para no dar un disgusto definitivo a su madre —expliqué—. Tengo que darme una ducha y cambiarme de ropa.


—Espera —dijo Pedro—. Quiero que sepas que hablaba en serio con respecto a nuestro matrimonio.


—Pero… Es un poco pronto para hablar de boda, ¿No te parece?


—No pensaba fijar una fecha hoy mismo. Además, tienes razón, aún tenemos que pasar mucho tiempo juntos para conocernos mejor. Es una pena que le tengas miedo al avión, si no te invitaría a venirte como ayudante a una isla tropical.


—Creo que podré superar los horrores del vuelo si me llevas de la mano —contesté, a sabiendas de que sería capaz de caminar sobre ascuas si ese hombre me lo pedía.


—Quizá podamos empezar por algo más corto. ¿Qué te parece un fin de semana en Paris para hacer las compras navideñas?


—Hum, perfecto —dije ilusionada.


—Es una pena que te hayas comprado tanta ropa para ir a trabajar.


—Puedo devolver la mitad y gastarme el dinero en unos biquinis.


—Eso suena a gloria bendita.


—Tengo que ducharme. Además, te recuerdo que deberías subir a visitar a tus padres.


—Iré, pero no con las manos vacías. Tú vas a ser mi regalo de Navidad para ellos. Están deseando convertirse en abuelos; imagínate, una nueva generación de Alfonsos…


Todos mis hermanos regresaron a casa para celebrar mi boda en Navidad del año siguiente. Yo había pasado todos esos meses disfrutando del amor y los viajes. Aún no estaba del todo a gusto dentro de un avión, pero la mano de Pedro era de lo más reconfortante. Mi familia divirtió a Pedro con miles de pequeñas anécdotas sobre mi infancia y mi madre brillaba entusiasmada, como si fura ella la responsable de que mi vida hubiera dado un giro de ciento ochenta grados. Era posible que tuviera razón. Mi padre me tomó del brazo frente a la puerta de la iglesia.


—¿Eres feliz? —me preguntó.


—Estoy en el paraíso —repuse mientras empezaba a sonar la marcha nupcial.


Avanzamos hacia el altar. Allí me esperaba Pedro con los ojos brillantes de satisfacción y deseo, dispuesto a comprometerse conmigo para toda la vida. En cuanto me tomó de la mano con firme determinación supe que siempre seriamos felices.






FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario