martes, 24 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 8

Además, era la única fisioterapeuta que parecía segura de que podría volver a caminar. Aunque no era muy alta, parecía una chica fuerte. Tendría que serlo para mover a sus pacientes. Lo que le sorprendió fue su cara de susto cuando apartó la sábana y lo vió desnudo. ¿No había visto a pacientes desnudos? ¿No habría visto a un hombre desnudo? Entonces se preguntó si habría alguien en su vida… Desde luego, era una chica muy atractiva. Aunque a él le gustaban más las rubias, se preguntó cómo sería con el pelo suelto. Olía muy bien, además. Y, aunque llevaba ropa ancha, el día anterior cuando la vio con los vaqueros… Pero no debía pensar en la señorita Chaves de esa forma. Tenía que verla como a Atila, el rey de los hunos. Además, se sentía demasiado vulnerable con la pierna destrozada… Una vez, las mujeres habían admirado su cuerpo. Después de cada rodeo, siempre estaba rodeado de chicas que querían compartir con él la victoria. Y su cama. Pero, desde el accidente, habían desaparecido. Sin embargo, el día anterior, por un momento Paula lo había mirado como a un hombre y él, sin duda, la miró como se mira a una mujer. Sí, aquella pelirroja iba a darle problemas.


—Si sigues comiendo tan despacio no empezaremos nunca — le dijo.


—Es que me he servido demasiado. Tienes razón, deberíamos empezar ya —sonrió Paula.


—No te preocupes, termina.


—No hace falta. Tómate el café y empezaremos con las pesas.


—¿Tú no quieres café?


—No, la cafeína me pone nerviosa. Pero tómatelo mientras lavo los platos.


—¿No podemos charlar un rato?


Paula llevó los platos al fregadero.


—¿De qué quieres hablar?


—Me gustaría saber de dónde eres, por ejemplo.


—Crecí por aquí. Mis padres tienen un pequeño rancho al otro lado de San Angelo.


—¿Todo el mundo tiene un rancho?


—Claro, es una zona ganadera —se encogió ella de hombros—. Y a tu familia no le ha ido nada mal. Los Ramírez son los más ricos de por aquí.


—¿La gente sabe mi historia? —preguntó Pedro, sin mirarla.


—No, yo lo sé porque Federico me lo contó. Pero si te preocupa lo que piensen los demás…


—Me da igual.


—Supongo que, siendo un campeón del rodeo, todo el mundo estará interesado en tu vida —sonrió Paula—. Sobre todo, las mujeres.


Entonces vió un brillo de dolor en los ojos de Pedro.


—Eso se ha terminado. Sólo quiero que me dejen en paz.


Mejor. A Paula no le apetecía tener que pelearse con un montón de fans.


—Vamos a concentrarnos tanto en la rehabilitación que no tendrás oportunidad de pensar en nada más.


—No hay rehabilitación suficiente en el mundo como para eso.


Paula sabía que estaba deprimido; era lógico. De modo que se concentró en fregar los platos, sabiendo que sólo podría distraer a Pedro Alfonso con el trabajo. Media hora después, tras una serie de agotadores ejercicios, observaba a Pedro tumbado en el banco, levantando pesas. Le sorprendía su fuerza y también con qué facilidad repetía los ejercicios. Pero seguramente estaba intentando impresionarla y no quería que se agotara.


—Vamos a ir un poco más despacio —murmuró, colocándole unas tobilleras con peso—. Hoy es el primer día y no quiero que te canses demasiado. A ver, levanta un poco la pierna, hasta donde puedas.


Pedro lo intentó, aunque la tobillera parecía pesar una tonelada. Consiguió levantar la pierna cinco veces, pero tenía la frente cubierta de sudor. Y aunque Paula le dijo que ya era suficiente, él la levantó cinco veces más. No quería darle la satisfacción de rendirse, pero su pierna tenía otras ideas. El músculo, fatigado por el repentino ejercicio, sufrió un espasmo…


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