martes, 10 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 47

Alargó una mano y tomó la mía, como si necesitara que lo comprendiera. Yo volví la palma hacia arriba y apreté la suya para confirmarle que comprendía perfectamente sus sentimientos.


—No es eso, ¿Verdad? —dije al cabo de unos instantes—. Ese no es tu verdadero secreto.


—Eres muy lista, ¿No?


—Tú lo has dicho, no yo —repuse, dispuesta a abandonar el tema, puesto que no me veía capaz de confesarle mi más oscuro secreto—. ¿Qué pasó después?


—Abandoné la universidad.


—¿Y nadie te lo recriminó? El tono en que tu hermana te preguntó si habías hablado con tus padres…


—Tuvimos una pelea tremenda. Mi madre me aconsejó que me tomara un año sabático, para aclararme las ideas. Pensó que si tenía que soportar las dificultades de trabajar como ayuda de cámara bajo las inclemencias del tiempo, en un país extranjero y tercermundista, acabaría entendiendo que la seguridad laboral que me ofrecía mi familia era la mejor opción. Pero mi padre intuyó la verdad desde un principio, sabía que jamás volvería a la universidad.


—¿Trató de presionarte?


—Es demasiado inteligente para hacer algo así. Prometió regalarme el departamento en el que vivo si terminaba los estudios. Sólo pretendía eso, que me licenciara. Después, hablaríamos de nuevo.


—¿El departamento? ¿Te refieres al número setenta y dos?


—Él diseñó el edificio.


—Es precioso, Pedro.


—Recibió un premio por él. Los Alfonso somos una familia de triunfadores —dijo con una sonrisa—. Mi padre es un hombre muy inteligente y tiene mucho talento. El constructor atravesó una mala racha financiera y mi padre renunció a sus honorarios a cambio de tres departamentos. Mis padres se alojan en el ático cuando vienen a Londres. Carolina recibió el departamento más pequeño como regalo de boda. Y a mí me ofrecieron el número setenta y dos a cambio de que renunciara a mis ilusiones como cineasta de documentales sobre la vida salvaje de los animales.


—Pero si no renunciaste… —me encontraba confusa.


—Se lo compré cuando salió al mercado hace un par de años. Como declaración de que seguía unido a la familia, pero a mí manera —yo silbé entre dientes, asombrada—. ¿Piensas que hice mal? —me pregunto.


—Eso solo lo puedes saber tú. ¿Apareció tu padre para felicitarte?


—Si vino alguna vez, puedo asegurarte que yo no estaba en casa. Es inteligente y tiene talento, pero no por ello deja de ser un cabezota.


—¿Y no has intentado arreglar las cosas por tu cuenta?


—¿Quién? ¿Yo? —exclamó con una carcajada.


—No debes alimentar el resentimiento, Pedro —lo amonesté.


—Lo he intentado…


—No, no lo has intentado. Lo que has hecho es estamparle tu éxito en plena cara. Lo que has hecho es decirle: «Ves, aquí estoy, he comprado tu maldito apartamento con mi propio dinero. Eres tu el que está equivocado y yo no necesito tu ayuda para nada». Creo que sería oportuno demostrar un poco de humildad, ¿No te parece? Dejarle saber que te has convertido en el hombre que eres gracias a la educación que te han dado tus padres, aunque vuestros intereses difieran. Ahora puedo ver tu carácter con claridad: eres inteligente y tienes talento, pero también eres un cabezota.


—Por favor, no te andes con rodeos, Paula, si piensas que me he equivocado, dímelo claramente.


—No necesitas mi opinión. Lo único que tienes que hacer es pensar en cuales serán tus sentimientos con respecto a él cuando estés de pie frente a su tumba dentro de veinte años. En lo diferente que hubiera sido tu vida si te hubieras atrevido a arrinconar un poco tu orgullo para facilitar las relaciones familiares —él se estremeció y yo le apreté la mano comprensivamente para que supiera que entendía que la tarea no era fácil—. Dentro de poco será Navidad, aprovecha el momento para hacer algo que te acerque a ellos.


—¿Qué me sugieres? ¿Que me pegue un tiro y les mande mi cuerpo como regalo? —preguntó él con amargura.


Había hablado demasiado, me dije, echándole la culpa a la margarita y al vino.


—Si vas a pegarte un tiro, prefiere que me mandes el cuerpo a mí —dije con fingida desenvoltura—. Desgraciadamente, ese día estaré compartiendo un pavo con mi tía abuela Alicia y no creo que ella pudiera soportarlo.


Se produjo un silencio espeso, largo e incómodo como respuesta a mi frívolo comentario.

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