No, no podía quedarse allí. No quería que nadie lo viera así, sobre todo una mujer.
—Mira, esto no va a funcionar. No te quiero aquí, así que ¿Por qué no te vas?
—No puedo —contestó ella—. La verdad es que necesito este trabajo. Pero sobre todo, Pedro, porque tú me necesitas. Si de verdad quieres volver a caminar, necesitas que te ayude. Y puedo hacerlo, te lo aseguro.
Su optimismo era contagioso, pero Pedro no quería albergar esperanzas.
—Nunca podré volver al rodeo.
—¿Dos campeonatos nacionales no son suficientes para tí? Además, ¿No eres un poquito mayor para seguir montando toros salvajes?
Aunque era verdad, esa pregunta le dolió. Tenía treinta y un años y todo el mundo sabía que estaba haciéndose mayor para el rodeo. Pero había pensado dejarlo aquel año. Aunque, si hubiera vuelto a ganar el campeonato, habría aguantado uno más…
—Este año iba en cabeza y estaba dispuesto a participar en el campeonato de Las Vegas. ¿Cómo te sentirías tú si no pudieras hacer tu trabajo?
—Me dolería. Pero yo estoy empezando, tú llevas años siendo el número uno. ¿No es mejor dejarlo cuando se está en la cima? Mira Michael Jordan, él se retiró.
—Pero luego volvió al baloncesto.
—¿Y John Elway y Troy Aikman? Dejaron el fútbol porque tenían lesiones graves y encontraron otras cosas que les gustaba hacer. Además, has ganado mucho dinero y ahora mismo no puedes caminar. ¿Cómo es posible que sigas pensando en el rodeo?
—Pues eso digo yo, ¿Para qué voy a esforzarme si no valdrá de nada?
Paula se levantó.
—¿No valdrá de nada volver a caminar? Piensa en tu hermano, en tu familia…
Pedro nunca había sido un hombre muy familiar. Federico era su único hermano hasta el año anterior, cuando descubrieron la verdadera identidad de su padre, un campeón del rodeo llamado Francisco Ramírez. Después de ese descubrimiento, Federico se trasladó a San Angelo, Texas. Incluso compró el rancho Ramírez, el Rocking R. Pedro no quería saber nada de los Ramírez, pero Federico se había acercado a sus hermanastros, Cristian, Diego y Ezequiel, y al otro hermano ilegítimo, Javier Torres. Y, desde el accidente, él estaba encerrado allí.
—¿Qué familia? Los Ramírez son familia de Federico, no mía.
—¿Cómo que no? También son tu familia. Y eso es importante para la rehabilitación.
Pedro dejó escapar un suspiro.
—¿Qué tengo que hacer para librarme de tí?
Paula se cruzó de brazos.
—¿Por qué no hacemos un trato?
—¿Qué clase de trato?
—¿Por qué no cooperas conmigo durante dos semanas? Si no hay ningún progreso en esas dos semanas, me marcharé. Pero tienes que levantarte a las siete de la mañana, trabajar en las paralelas y hacer pesas. Y trabajaremos mucho, Pedro. Mucho más de lo que has trabajado nunca, estoy segura —dijo ella, mirándolo a los ojos—. Puedes volver a caminar, te lo aseguro. ¿Estás dispuesto a intentarlo? ¿Estas dispuesto a hacer lo que haga falta para dejar la silla de ruedas?
Pedro no sólo quería volver a caminar, quería volver al rodeo, a su vida anterior. No tenía miedo al esfuerzo, ni al trabajo. Y quería retirarse con honores. Él era Pedro «El Diablo» Alfonso.
—Quiero volver al rodeo. ¿Puedes ayudarme a hacer eso?
Observó que Paula vacilaba un momento, pero enseguida lo miró con determinación.
—Va a costarte mucho, pero si de verdad quieres, puedes hacerlo.
—¿Y tú vas a poder soportarlo? ¿Vas a poder aguantar mi mal carácter? ¿Podrás convertirme en el hombre que era antes?
—Para cuando termine, habrás descubierto que ser un hombre no tiene nada que ver con montar toros salvajes.
Aquella pelirroja le hacía desear muchas cosas, pensó Pedro entonces.
—¿Puedes hacerlo o no?
Paula lo miró a los ojos.
—¿Por qué tengo la impresión de que le estoy vendiendo mi alma al diablo?
El rostro del hombre se iluminó con una sonrisa que aceleró su corazón. Porque era verdad; acababa de venderle su alma al diablo.
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