jueves, 26 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 10

 -Espera, deja que te ayude…


—No hace falta —la interrumpió Pedro, volviendo a la habitación.


Pedro no salió de su habitación en una hora. No quería hacerlo hasta que encontrase la forma de luchar contra lo que aquella mujer despertaba en él. Paula era su fisioterapeuta, de modo que iba a tocarlo a menudo. Tenía que acostumbrarse y dejar de pensar en otras cosas… ¿Qué demonios le pasaba? Sin duda Paula Chaves era guapa, pero también era una de esas mujeres que no parecían tomarse las relaciones a la ligera. Y él era de los que no se comprometían. Quizá en ese sentido era como su padre. No tenía intención de casarse y tener hijos. Seguramente porque nunca tuvo un buen ejemplo. Durante casi toda su vida, Federico y él habían sido los hijos de Ana Alfonso. Unos niños sin padre. Eso fue duro, pero lo peor fue cuando apareció Eduardo Keys. El tipo convenció a su madre de que su mayor deseo era darle un hogar a sus hijos, pero sólo quería peones para el rancho. Los hacía trabajar como si fueran animales y, cuando cumplieron dieciocho años, Federico y Pedro se fueron de casa. Ni Ramírez ni Keys habían sido buenos ejemplos de lo que debería ser un padre. Pedro no dudaba que tenía malos genes, pero el rodeo lo compensaba todo. El rodeo, los campeonatos, su estatus de estrella. Hasta que ocurrió el accidente. En ese momento, oyó un golpecito en la puerta y Paula asomó la cabeza en la habitación. Se había puesto unos vaqueros y una blusa que lo hicieron tragar saliva.


—¿Tienes hambre o piensas quedarte todo el día aquí?


—Estoy cansado.


—Eso no es verdad. Estás en buena forma, así que mañana haremos más ejercicios.


—¿Y si no quiero?


Paula se cruzó de brazos.


—Mira, Pedro, habíamos acordado que lo intentarías, ¿No? Si te preocupa que te haya dado un tirón…


—No me preocupa.


«Lo que me preocupa eres tú», pensó.


—Mejor, porque seguramente volverá a pasar. Pero yo puedo ayudarle ¿Por qué no te metes en el jacuzzi? Luego puedo darte un masaje…


Pedro se puso tenso. Sí, como que eso iba a ayudarlo.


—¿Querías algo mas?


—Quedarte encerrado no es bueno para tí.


—No tengo ningún problema, estoy bien.


—Pero como fisioterapeuta, yo si tengo un problema. Además, ha llamado tu cuñada para preguntar si querías cenar con ellos.


—No.


—A tu sobrina Catalina le encantaría verte.


Pedro lo pensó un momento.


—No se me dan bien los niños. Además, no es mi sobrina de verdad.


—Es hija de Romina y tu hermano la ha adoptado, así que es tu sobrina.


—Sí, bueno, ya…


—Catalina es una niña. Seguro que puedes enamorarla con sólo hacer un pequeño esfuerzo.


—Si tan bien se me dan las mujeres, ¿Cómo es que no funciona contigo?


Paula soltó una carcajada.


—Me parece que no has intentado enamorarme precisamente, todo lo contrario. Además, yo no soy una mujer, soy tu fisioterapeuta.


—Sólo por curiosidad. ¿Qué tendría que hacer para llamar tu atención? —preguntó Pedro entonces.


—Pues… Conmigo hacen falta algo más que sonrisitas y palabras dulces. Tengo tres hermanos y vengo de una familia irlandesa, así que… Además, hace tiempo aprendí a creer sólo la mitad de lo que dicen los hombres. Y sé que la otra mitad es una exageración.

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