jueves, 19 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 4

 —Puedo manejarlo, no te preocupes. Sólo tengo que encontrar la forma de convencerlo.


—Espero que lo hagas. Ah, por cierto, traerán las barras paralelas en una hora. Dime qué hay que quitar de la habitación.


—Podríamos quitar las estanterías, el sillón y la mesa de café, si no es mucho problema. Así tendríamos sitio para las pesas y el banco.


—Esto es lo más fácil. Lo difícil es soportar el genio de Pedro —sonrió Federico—. Quizá debería quedarme…


—No, para eso me has contratado. Tengo que comunicarme con él como sea. Tu hermano está acostumbrado a salirse con la suya y debe aprender que, si quiere caminar de nuevo, tendrá que trabajar.


Federico la miró, sorprendido.


—Estoy empezando a creer que podrías conseguirlo. Pedro siempre ha sido capaz de convencer a las mujeres para que hagan lo que él quiere, pero tú…


Paula negó con la cabeza. Pedro Alfonso era guapísimo, pero ella no pensaba dejarse convencer. Aunque si quisiera, podría hacerle olvidar hasta su nombre. Pero eso no lo sabría nunca.


—No te preocupes. Soy su fisioterapeuta, nada más.


Tardaría mucho tiempo en volver a interesarse por un hombre. Y mucho más por un hombre como Pedro Alfonso. A las doce habían retirado los muebles y las paralelas y el banco de pesas estaban colocados en medio del salón. Paula había decidido que su paciente, después de las sesiones de rehabilitación, sólo tendría energías para ver la tele. Y hablando del paciente… No había visto a Pedro desde que se metió en su cuarto. Y ya era hora de que saliera de su escondite.


—¿Pedro? —lo llamó, golpeando la puerta.


No hubo respuesta. Paula volvió a llamar.


—¿Pedro? Voy a hacer el almuerzo. ¿Quieres algo especial?


Tampoco hubo respuesta.


—¿Pedro? ¿Estás bien? —insistió, empujando la puerta.


Lo encontró tumbado en la cama, cubierto hasta la cintura por una sábana. Y ninguna mujer con sangre caliente podría negar que aquel hombre tenía un cuerpazo. Sorprendida por ese pensamiento, Paula intentó concentrarse en su trabajo. Pedro Alfonso era un paciente, nada más.


—Tienes que levantarte.


Él abrió los ojos, revelando unas pupilas azul plata que la hicieron tragar saliva.


—Hola, cariño —suspiró, estirándose—. Estaba teniendo un sueño estupendo, pero tú eres mucho mejor.


El tono ronco de su voz la hizo sentir un escalofrío. Pero no tenía tiempo para eso.


—Ahora no estás soñando. Ha llegado la hora de poner los pies en el suelo.


—Sí, eso está muy bien, pero más tarde —sonrió Pedro—. ¿Por qué no te metes en la cama conmigo y jugamos un rato?


Si pensaba que eso iba a asustarla, estaba equivocado. Había oído cosas parecidas muchas veces. Thiago solía decirle cosas así cuando quería algo.


—Yo tengo una idea mejor. ¿Por qué no te levantas para comer algo y luego haces una sesión de rehabilitación?


—Sólo pienso ir al baño y luego a dormir otra vez —replicó él, sentándose sobre la cama. 


Pero cuando alargó la mano para tomar la silla de ruedas, Paula la apartó.


—¿Qué demonios…? ¿Qué estás haciendo?


—Llevas demasiado tiempo en la cama. Te estás debilitando y sólo usas la pierna buena.


—¿Y qué? Eso es asunto mío.


—Ya, pero tú eres asunto mío.


—Estás despedida. Fuera de aquí.


Ella se cruzó de brazos.


—Oblígame.


Al ver el gesto de dolor en el rostro de Pedro, Paula se preguntó si habría ido demasiado lejos. De modo qué fue al salón y volvió con el andador.

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