—Es tuyo, haz lo que quieras con él.
Rompí el envoltorio a jirones, pero le salvé la vida al lazo. Sabía que guardaría esa cinta decorativa en el fondo de algún cajón durante el resto de mi vida. Dentro de la cajita había un llavero con una alarma anti agresión en miniatura. No era una alarma barata, como la que me había entregado mi madre, sino un aparato de acero inoxidable de alta tecnología que, sin duda, resistiría los golpes de cualquiera, incluidos los del zapato de Pedro Alfonso.
—Quería reemplazar el que machaqué a pisotones —explicó él.
—¿Piensas que puedo sentirme segura con esto en tu presencia?
—Si te sientes amenazada, aprieta el botón.
Me reí.
—Te gusta el peligro, ¿Eh?
—Detesto el aburrimiento.
—¿Cómo lo sabes? Por lo visto, no has abandonado el riesgo desde que quemaste el juego de cama de tu madre para escapar a tu destino como arquitecto.
—A diferencia de tí, que tienes un trabajo seguro, un novio seguro y una vida segura —comentó meneando la cabeza—. Olvida lo que acabo de decirte. Eso es lo que tú deseas, así que,.. ¿Quién soy yo para criticarte?
¿Era eso lo que yo deseaba?
—He abandonado mi hogar —contraataqué—, tengo un trabajo en Londres, me he comprado un vestuario completo y estoy cenando con un hombre al que acabo de conocer.
—¿Qué te parece? —anuncié sintiéndome bastante satisfecha de mí misma durante las ultimas veinticuatro horas.
—Vives en un piso que te ha buscado tu madre y, por lo que me has contado, te resististe hasta el último momento antes de aceptar el traslado a Londres. Además, siento arruinar la imagen que te has formado sobre mí, pero te aseguro que se necesita mucho más que una sábana quemada para escapar al destino que ha trazado para tí tu familia.
—¿Forma esa frase parte de la filosofía vital de Pedro Alfonso? Es muy profundo lo que dices.
—Me limito a destacar que es más fácil aceptar lo que a uno le viene dado que luchar por un futuro diferente.
—Y tu has renunciado a lo fácil, ¿No?
—Estuve a punto de perder la partida en un par de ocasiones—admitió—. Durante años estuve ahorrando para comprarme cámaras y filtros bajo la atenta mirada de mis padres, a los que había jurado que el cine solo era un simple pasatiempo que jamás alteraría mis planes universitarios. Les prometí que estudiaría Arquitectura y que me uniría a la empresa familiar.
—¿Pensabas cumplir tu palabra?
—La arquitectura, especialmente cuando eres socio propietario, es mucho más lucrativa que hacer documentales sobre la vida secreta de las palomas. Yo lo sabía y me hice a la idea de que podría sentirme satisfecho dedicándome a ello como pasatiempo. Así que empecé la carrera de Arquitectura para satisfacer a mis padres, pero solo duré dos años.
—¿Qué pasó?
—Conocí a alguien en la universidad —dijo, mirándome con intensidad para asegurarse de que yo entendía la importancia que aquello había tenido para el—. Era una mujer inteligente, adorable y creativa que se mató en un estúpido accidente. Resbaló en una escalera cubierta de hielo y se rompió el cuello, mientras se dirigía a toda prisa para asistir a una conferencia que ni siquiera le interesaba demasiado.
—Lo siento mucho, Pedro… —dije sintiendo la necesidad de alargar la mano para acariciar la suya.
Sin embargo, me contuve, no quería entrometerme en su dolor.
—Tenía solo veintiún años, Paula, y estudiaba Matemáticas en vez de música para complacer a su padre. Él pensaba que su hija no podía echar a perder su vida dedicándose al canto. Tenía una voz que lo mismo podía hacerte llorar que reír.
—Tú la amabas, ¿No?
—Es posible. La amaba de esa manera despreocupada en que se aman los jóvenes que se creen inmortales. Mi dolor se debe tanto al pesar que me causé su muerte como a la pérdida definitiva de la inocencia que todo ello supuso para mí. Todo lo que sé es que ella dejó de lado su vocación para satisfacer a otras personas y, mientras escuchaba el responso frente a su tumba, me juré que yo jamás cometería el mismo error.
No hay comentarios:
Publicar un comentario