jueves, 26 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 12

Federico y su hijo de siete años, Nicolás, entraban en la cocina en ese momento. Su hermano y él no eran gemelos idénticos, pero se parecían muchísimo. Excepto en el color de los ojos; los suyos eran casi grises, mientras los de su hermano eran azul cielo. Federico era el más sensato, él siempre el más arriesgado.


—¡Hola, tío Pedro! —sonrió Nicolás.


—Me alegro de que hayas venido, hermano.


—No he tenido alternativa —sonrió él—. Era la única forma de probar la comida de Romina. Como te pasas el día presumiendo…


—Venga, siéntate. ¿Quieres tomar algo, un refresco?


—Sí, gracias.


Nicolás abrió la nevera y le ofreció un refresco a su tío.


—Mi padre dice que eres un campeón del rodeo.


Pedro sonrió, intentando disimular cierta tristeza.


—Sí, bueno, he ganado el campeonato nacional dos veces, pero este año no va a ser posible.


—Se lo conté a Joaquín Roberts, pero no me creía —se quejó el niño—. Porque dice que no eres mi tío de verdad.


Pedro miró a Brenna de reojo.


—Pues tendrás que demostrarle que es cierto. En cuanto lo localice te dejaré uno de los cinturones de campeón para que lo lleves al colegio.


—¿En serio?


—Claro que sí.


Nicolás se sentó frente a su tío, mirándolo con cara de admiración. Catalina estaba a su lado. La niña era una réplica de su madre, una preciosidad de cría. Cuando le guiñó un ojo, su rostro se iluminó y a Pedro se le encogió un poco el corazón.


—Me parece que acabas de conseguir dos nuevos fans —rió Paula—. ¿Lo ves? Sigues siendo Pedro El Diablo Alfonso —le dijo al oído.



Dos horas después, Federico los acompañaba hasta el porche. Y, aunque Pedro estaba cansado, Paula notó que intentaba demostrar que podía manejarse solo con las muletas, sin ayuda de nadie.


—Dale las gracias a Romina por la cena. Estaba todo buenísimo.


—De nada. Puedes volver cuando quieras. Y si localizas el cinturón, dímelo e iré a buscarlo.


—Imposible. Está en el tráiler y lo dejé en Arizona.


Federico negó con la cabeza.


—No, está aquí. Y Cheyenne Gold también.


Pedro se puso tenso.


—¿Has traído mi tráiler y mi caballo?


Federico miró a Paula y luego de nuevo a su hermano.


—Sí. No había necesidad de pagar una fortuna por mantenerlos allí. Aquí me sale gratis.


—Ya.


Paula subió al coche, incómoda.


—Deberíamos volver, hace frío —murmuró—. Federico, dale las gracias a tu mujer de mi parte.



Una vez de vuelta en casa, Pedro se dirigía a su cuarto sin decir nada, pero ella lo detuvo.


—¿Por qué no ves un rato la televisión?


—No me apetece.


—Entonces muévete un poco por el salón. Has estado varias horas sentado y a la pierna le iría bien un poco de ejercicio —sugirió ella—. Puedo hacer café.


—Sé lo que intentas hacer, Paula, pero no va a funcionar. Estoy enfadado.


—No pienso dejarte hasta que me digas por qué has arruinado una cena estupenda.


—Yo no he arruinado nada, ha sido mi hermano.


—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?


—Lo que lleva más de treinta años haciendo, dirigir mi vida. Es cinco minutos mayor que yo y créeme, lleva treinta años diciéndome lo que tengo que hacer. Siempre sabe lo que es mejor para mí, como por ejemplo venir a este rancho. Fue su idea contratar a un fisioterapeuta cuando yo no quería… Y ahora ha traído mi caballo, sin pedir permiso. Quiere que me quede aquí para siempre cuando sabe que sólo es algo temporal…


Paula lo pensó un momento. Le dolía que hablara así, pero debía reconocer que estaba en su derecho. Si él no quería un fisioterapeuta, nadie tenía por qué obligarlo.


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