El traje de chaqueta del día anterior había sido reemplazado por un gastado pantalón vaquero que se ajustaba a su trasero y a sus largas piernas como si fuera una segunda piel. Y la blusa blanca no escondía sus generosas curvas. Llevaba el pelo sujeto en una coleta que dejaba al descubierto su largo cuello y su pálida piel… Algo que lo excitó de inmediato.
—Le dije ayer que no necesitaba sus servicios, señorita Chaves.
Ella se volvió, mirándolo con sus ojos de color whisky.
—Ah, buenos días, señor Alfonso.
—No hay nada de bueno.
—A mí me encanta esta hora de la mañana. Es tan sosegada…
Tenía una voz suave, muy femenina, que le recordaba las suaves demandas de un amante… Pero no quería pensar en eso.
—Porque todo el mundo está durmiendo. Como a mí me gustaría.
—Puede dormir después de la sesión.
—¿Qué sesión?
—Tiene que hacer rehabilitación…
—De eso nada —replicó él—. ¿Le importaría marcharse?
Paula se puso en jarras.
—Pues sí, me importaría mucho. Le prometí a su hermano que lo intentaría, que no dejaría que me asustara. Así que tendrá que hacer algo más que gritarme, señor Alfonso. Y le advierto que crecí rodeada de hermanos, estoy acostumbrada a las groserías.
Pedro apretó los puños. Estaba harto de que su hermano le enviara fisioterapeutas.
—Muy bien, le pagaré todo el mes.
—No, lo siento. He aceptado el trabajo y he hecho una promesa. Lleva demasiado tiempo en esa silla sin hacer ejercicio, señor Alfonso. Será difícil que pueda caminar… Pero no imposible.
—Me parece que no lo entiende, señorita Chaves.
—Paula —le corrigió ella.
—Da igual. No puedo levantarme de esta silla. Voy a estar así el resto de mi vida.
Paula vió el miedo en sus ojos y tuvo el extraño impulso de tocarlo, de consolarlo.
—¿Cómo lo sabes, Pedro? —preguntó, tuteándolo—. He hablado con tu médico y me ha dicho que no has intentado hacer rehabilitación.
—¿Has estado hablando de mí?
—Con el doctor Morris, claro. Y con el doctor Ratner, el cirujano que hizo la reconstrucción del hueso. Yo creo que hizo un trabajo estupendo, por cierto.
—Entonces, ¿Por qué demonios no puedo andar?
—Porque el daño fue importante. Además del clavo para reparar la tibia, hay otros en el talón. Un toro de mil kilos cayó encima de tu pierna izquierda, de modo que no sólo están dañados los huesos, sino los músculos. Es importante que hagas rehabilitación para restablecer la circulación y para fortalecer los músculos. También sé que el toro te dio una cornada en el abdomen y te rompió varias costillas, pero eso ha curado muy bien. De modo que no es el dolor lo que te detiene.
—Eso me lo han contado ya varios especialistas, pero ninguno de ellos garantiza que pueda volver a caminar. Ya, ya sé que debería considerarme afortunado porque el maldito bicho no me aplastó, pero a esto no se le puede llamar vivir. Y no pienso esforzarme para nada si no puedo ser el de antes —replicó Pedro, furioso.
Después de decir eso, giró en la silla de ruedas y volvió a su habitación. Paula dejó escapar un suspiro. Su trabajo era asegurarse de que hiciese rehabilitación… ¿Pero cómo? Tenía que convencerlo de que podía volver a caminar. Entonces oyó un golpecito en la puerta y Federico Alfonso asomó la cabeza. Aunque no eran gemelos idénticos, el parecido con Pedro era extraordinario.
—¿Debería preguntar cómo ha ido?
—No del todo mal. Tu hermano no me ha tirado nada a la cabeza.
—Dale tiempo —suspiró Federico—. Paula, si has cambiado de opinión y quieres dejar el trabajo, lo entenderé.
Oh, no, no podía perder aquella oportunidad.
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