—A lo mejor se te han caído mientras estabas en mi departamento —dijo el—. Cuando sacaste el teléfono para llamar a un taxi… O cuando te estuviste arreglando en el cuarto de invitados.
—Es posible —admití.
Pedro me devolvió el abrigo, se dirigió directamente hacia su departamento y sacó la llave del bolsillo como si intentara demostrarme lo fácil que era. Yo lo seguí con cautela, rebuscando aún dentro del bolso mientras él abría la puerta.
—Aquí no están —dijo echando una mirada a la alfombra del vestíbulo—. ¿Quieres mirar en la habitación de invitados? Registré primero la superficie del lavabo del cuarto de baño de invitados y luego escruté cada centímetro de suelo con lupa, así como la papelera donde había arrojado el pañuelo de papel que había usado para quitarme el pintalabios. Finalmente, miré detrás de la puerta. Nada.
Pedro enarcó las cejas cuando salí.
—¿Ha habido suerte? —yo meneé la cabeza—. Voy a llamar a Nico, puede que las hayas perdido allí.
—Estoy segura de que no he abierto el bolso en el restaurante de Nico —dije observando la enorme alfombra persa que había delante de la chimenea—. ¿Has mirado bien por aquí? Podrían pasar desapercibidas en medio de estos dibujos tan intrincados.
—Compruébalo tú misma —propuso, y se quitó el abrigo para colgarlo en el perchero.
Yo tuve una sensación de déjà vu. Pedro desabotonándose la camisa, desnudándose para ir a darse una ducha… Me invadió una oleada de calor estremecedora.
—Voy a preparar un café —dijo él, devolviéndome a la realidad.
—De acuerdo.
Me quité los zapatos, me puse de rodillas sobre la alfombra y pasé las manos por toda su superficie. Nada. Estaba empezando a pensar que quizá, con las prisas, en el último momento me había olvidado de meterlas en el bolso. Era posible que Pedro tuviera razón sobre mí: no se me podía dejar sola porque, de una manera u otra, siempre me las arreglaba para meterme en algún lío. A lo mejor me estaba volviendo loca. Me reuní con él en la cocina y me dejé caer sobre un taburete, con el abrigo puesto, mientras observaba como él preparaba el café.
—Sofía tardará horas en volver a casa y Lorena va a quedarse a dormir com su novio —anuncié.
—No hay ningún problema, Paula —repuso él sin mirarme. Mi corazón sufrió un acelerón y me quedé sin aliento—. La habitación de invitados está preparada.
Fui incapaz de darle las gracias, jamás había conocido a un hombre tan considerado. Era un santo.
—Mi vida era muy aburrida —dije al cabo de unos instantes.
—Me resisto a creerlo.
—Es verdad, Mis compañeros de estudios me eligieron «La chica mejor preparada para el matrimonio» cuando tenía quince años. No creo que fuera exactamente un cumplido. En realidad, creo que pensaban que yo era la chica más aburrida que habían conocido en toda su vida. Y nada cambió en los años posteriores. Seguía teniendo el mismo novio y había encontrado un trabajo aburrido, pero seguro. Nunca he bebido ni he fumado y ésta es la primera vez que pierdo las llaves de casa. Aunque en mi pueblo no hubiera supuesto ningún problema. Mi madre siempre guardaba un juego de llaves en la casa del vecino.
—¿Dónde si no? —preguntó Pedro con un cierto sarcasmo.
—No en la casa de la madre de David —aclaré rápidamente—. No se puede decir que ellas dos hayan sido nunca íntimas. Aunque se tratan con educación, claro.
Él se volvió para mirarme con los ojos brillantes de pasión o… De furia. Su comportamiento conmigo se había enfriado un tanto desde que le había dicho que debía regresar a casa.
—¿Y?
—«Y» ¿Qué?
—Me estabas explicando que hasta ahora habías llevado una vida sin incidentes. Supongo que lo dices por algo.
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