martes, 3 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 42

 —De acuerdo —acepté a regañadientes— Pero debo arreglarme un poco antes de salir a la calle, no me gustaría escandalizar a la gente.


Él no se rió ante mi intento de bromear, sino que abrió la puerta de la habitación de invitados.


—Ahí puedes retocarte el maquillaje y recolocarte el vestido — dijo dejándome a solas.


Yo llevaba un estuche de maquillaje en el bolso. Sólo lo básico. Y, en cuanto a mi pelo, sabía que por mucho que lo cepillara, jamás conseguiría alisarlo, así que, como siempre, tendría que salir a la calle con una mata de cabello asilvestrado. Me miré en el espejo, me lavé la cara y me apliqué una ligera capa de maquillaje casi imperceptible. Los ojos marrones presentaban un aspecto natural que reforcé con un toque de rímel; la nariz seguía en su sitio, pero los labios… Los labios estaban diferentes: llenos y enrojecidos, bien besados. Y también vi una sonrisa de satisfacción que no podía controlar y que me curvaba hacia arriba las comisuras, recordándome la intensidad del reciente encuentro sexual con Pedro. Éste ya me aguardaba con el abrigo puesto cuando finalmente decidí salir del cuarto de baño de invitados. Me miró y pensé que iba a decirme algo, pero fuera lo que fuera, se contuvo. Abrió la puerta del apartamento y, retirándose, me dejó un amplio espacio para que lo precediera sin que hubiera la menor posibilidad de rozarnos.


—¿Adónde vamos? —pregunté al sentir que el silencio ya se había prolongado demasiado.


—¿Qué? Ah, a un restaurante del barrio. Reservé una mesa a primera hora de la tarde. Por eso intenté ponerme en contacto contigo por teléfono, para invitarte a cenar. Antes de que… —se interrumpió. Si seguíamos evitando el tema, la relación no funcionaría, sino que se convertiría en un campo de minas, algo que había que evitar a toda costa. El cuestionario de la revista femenina dejaba bien claro que ninguna «Tigresa» dejaría que las cosas llegaran a enconarse en la relación con un hombre.


—¿ADB? —pregunté.


—¿Qué?


—Antes Del Beso —repuse, con lo que pretendía ser una risa divertida. Todo lo que él tenía que hacer, según la revista, era unirse a mi risotada, de modo que al trivializar el asunto pudiéramos seguir siendo amigos. Pero parecía que no estaba por la labor.


También era posible que mi risa le hubiera sonado histérica en vez de amistosa. O quizá fue la mala suerte de que el ascensor se detuviera delante de nosotros en ese mismo momento. Yo procuraba mantenerme derecha sobre los tacones de aguja y él lo notó.


—Son nuevos —expliqué mientras descendíamos en el ascensor—. Sofía ha hecho un buen trabajo esta tarde, ¿No te parece?


—Son muy bonitos, pero la cuestión es si podrás caminar con ellos o no.


—La prueba de fuego llegara el lunes por la mañana cuando me incorpore al banco. Espero poder soportarlo.


Él sonrió.


—Los que no van a poder soportarlo son los hombres que trabajan en el banco —dijo con una mirada enigmática.


—¿Está lejos el restaurante? —pregunté al llegar al portal haciendo caso omiso de su comentario.


—Al volver la esquina.


—En marcha, pues.


En ese momento entró al portal una mujer imponente.


—¡Pedro, cariño! —exclamó, besándolo en la mejilla y dándole un abrazo posesivo que me puso furiosa.


—Carolina —contestó el—, estás estupenda.


—Tú también estás magnífico. ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me has llamado? ¿Saben tus padres que estás en casa? Ahora están en Londres.


—Regresé hace un par de días, pero he estado muy ocupado. Además, ya sabes que a ellos no les interesan mis viajes —repuso él brevemente.


La mujer no se mostró ofendida, se limitó a sacudir ligeramente la cabeza con gesto exasperado, antes de dirigirme una mirada con las cejas enarcadas.


—Estarás ocupado, pero eso no te impide reservar tiempo para salir a divertirte —dijo sin un ápice de descontento mientras me tendía una mano de manicura perfecta que jamás había fregado ni un solo plato.


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