jueves, 26 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 9

 —¡Maldita sea! —gritó, agarrándose la pierna.


—Túmbate —le ordenó ella, masajeando el muslo.


Pedro se tapó los ojos con la mano. Odiaba sentirse tan débil, tener que depender de alguien…


—Ya está. Ha dejado de doler.


—Deja que termine de relajar el músculo.


—Si sigues haciendo eso, no se va a relajar —dijo él entonces.


Paula levantó la cara, colorada hasta la raíz del pelo.


—Ah…


Pedro sacudió la cabeza. Tenía que dejar de verla como una mujer, pensó. Pero con aquella pelirroja llena de curvas, eso iba a ser imposible.



Cuatro días después, durante un descanso, Pedro se sentó en el sofá con el mando de la televisión en la mano. Federico entró en ese momento.


—Hola. ¿Puedo pasar?


—Sí, claro. Estás en tu casa.


Su hermano arrugó el ceño.


—Cuando compré el rancho, te dije que quería que fueras mi socio.


—Sí, pero entonces no sabíamos que iba a acabar en una silla de ruedas.


—Es una situación temporal.


—Y yo te dije que no quería saber nada de los Ramírez. Además, si hubiera podido elegir…


Federico levantó una mano.


—No estarías aquí, ya lo sé. Pero este rancho no lo levantó el canalla de Francisco Ramírez, sino nuestro abuelo, Alberto. Una vez fue el mejor rancho de la zona… Hasta que Francisco estuvo a punto de cargárselo.


—Y tú lo estás levantando otra vez —suspiró Pedro.


—Claro que sí. Aquí hay mucho trabajo y buenas tierras. Además, Cristian, Diego y Ezequiel me están ayudando. Me gustaría que los conocieras.


—No, gracias.


Pedro estaba harto de oír hablar de sus hermanastros y de Luis Barrett, el hombre que los crió cuando Francisco Ramírez fue a la cárcel por robar ganado. Sentía lo mismo por Javier Torres, otro hermano ilegítimo que apareció el año anterior. Aparentemente, a su padre le gustaba seducir a las mujeres. Y nadie había vuelto a verlo en muchos años.


—A lo mejor, cuando vuelvas a caminar piensas de otra forma —suspiró su hermano—. ¿Qué tal va la rehabilitación?


Pedro arrugó el ceño.


—Tú deberías saberlo, ya que la señorita Chaves te lo cuenta todo.


—Paula y yo no hemos hablado desde el primer día.


—Sí, seguro.


—En serio, Pedro. Hace unos meses no sabía si ibas a sobrevivir y menos si volverías a caminar —suspiró Federico—. La vida te ha dado una segunda oportunidad, así que ya sabes lo que tienes que hacer. Llámame si necesitas algo, ¿De acuerdo?


—De acuerdo —murmuró él, sintiéndose como un canalla—. ¡Federico! —lo llamó después, intentando levantarse con ayuda de las muletas.


Llegó hasta la puerta, pero cuando alargó la mano para tomar el picaporte la puerta se abrió de golpe, golpeándolo en el pecho. Pedro intentó mantener el equilibrio y soltó las muletas, pero cuando intentó agarrarse a algo, a lo que se agarró fue… A Paula. Ella se quedó inmóvil y cuando Pedro levantó la cara, se perdió en sus ojos de color whisky. Estaba a meros centímetros de una boca tentadora… Pero se apartó, saltando sobre la pierna buena. Ella se inclinó para tomar las muletas del suelo.


—¿Te has hecho daño?


—No.

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