martes, 3 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 44

¡Maldita fuera! Yo ya estaba pensando en como empezar a marcar distancias entre nosotros y él aprovechaba ese preciso momento para recordarme que había estado pensando en mi durante el día. ¡Como si yo necesitara que me lo demostrara! ¡Había recibido tres mensajes de texto en el teléfono móvil mientras estaba con Julián! ¡Incluso había reservado una mesa para cenar! Pero me había mentido con respecto a sus inclinaciones sexuales.


—Muy bonito —dije secamente.


—Vale, me lo merezco —repuso acusando el golpe—. Lo siento…


—¿Que lo sientes? ¿Te puedes imaginar la vergüenza que estoy sintiendo en estos momentos? Creía que eras homosexual y mira como ha terminado la cosa…


—Lo sé —dijo tomándome la mano con gesto de arrepentimiento.


—Cuando me hablaron de tus supuestas tendencias sexuales, deseé que me tragara la tierra…


—Lo sé —repitió con el mismo tono de voz razonable y comprensivo—. Me dí perfecta cuenta de que tus amigas me habían descrito como homosexual y de que tú te contuviste antes de pronunciar esa palabra delante de mí. Recuerdo perfectamente lo que dijiste: «Lorena me dijo que eras alto, moreno y muy ho… ho… hombre». Me dí cuenta inmediatamente, pero la pizza se iba a quedar fría y preferí dejar las explicaciones para otro momento. Por eso pensaba invitarte a cenar o llevarte al teatro…


—¿Pretendías embarcarte en una simple aventura amorosa sin importancia antes de viajar hacia el Pacífico?


—Algo por el estilo —replicó el con prudencia—. Pero enseguida empezaste a hablarme de tu novio llevabas años junto a él y te sentías comprometida de cara al futuro. No quería aprovecharme de tu repentina soledad, pero quería seguir viéndote, por eso mantuve el malentendido sobre mis inclinaciones sexuales, para poder disfrutar de tu compañía un poco más.


—Entiendo —dije con tono solemne, aceptando sin remedio que al menos me estaba hablando con una sinceridad total—. Pero entonces. ¿Qué es lo que ha pasado hace un rato en tu departamento?


Acabas de comunicarle al hombre de tu vida que piensas abandonarlo por causa de una tercera persona. ¿Qué harías?


a. Mirarlo a los ojos, decirle la verdad, disculparte con él por hacerle tanto daño puesto que sigue siendo un tipo estupendo, pero dejando claro que estás enamorada de otra persona.


b. Te vas a ver a su mejor amigo y le pides que sea él quien le cuente lo sucedido.


c. Dejas que te sorprenda en brazos de tu nuevo amor siempre que estés segura de que no se va a poner violento.


d. Dejas de responder a sus llamadas con la esperanza de que él mismo interprete tus silencios.


e. Le mandas una carta explicativa encabezada por un «Querido Juan» y te refugias en casa de tu tía mientras el digiere la noticia.


—No soy de piedra, Paula. ¿Tienes la menor idea de la impresión que me causaste al verte con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, la melena sobre los hombros, y pasándote ese cubito de hielo por la garganta mientras gemías de placer?


Desde luego, tomada desde ese punto de vista, la imagen no podía ser más erótica.


—No era consciente de tener espectadores —dije, tratando de justificarme mientras me encogía de hombros—. Simplemente, estaba acalorada.


—No te preocupes, no volverá a suceder.


Eso no era lo que yo deseaba oír.


—¿Te refieres a que no vas a volver a besarme?—pregunté con la sensación de estar lanzándome por un precipicio, sin poder contenerme. Lo deseaba y quería que él me deseara a mí.


—Exacto. Lo que tú necesitabas anoche era estar con un amigo, no con un pretendiente. Y yo deseaba que te sintieras a gusto conmigo, segura, sin presiones.


Era verdad, yo me había sentido relajada y segura con él, mientras compartíamos la pizza y la botella de vino, después de todos los desastres del día. No cabía duda de que Pedro era un hombre peligroso, pero amable y considerado. Junto a él me sentía viva y respetada. Si me dijera que me amaba, me sentiría la mujer más feliz del mundo. Pero estaba claro que no era una persona que pudiera acomodarse a la vida de Maybridge, jamás podría satisfacer mis deseos de llevar una vida doméstica en el campo. Pero esos eran solo los deseos de la «Ratoncita» que había abandonado su pueblo la tarde anterior. Después del beso de Pedro Alfonso, me había convertido en una mujer totalmente distinta.

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