jueves, 26 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 11

 —¡Pero bueno…! Ah, ya entiendo. Un hombre te ha hecho daño, ¿No? A ver, dime quién es y le doy una paliza.


Paula dejó de sonreír.


—Se llamaba Thiago. Y no puedes pegarle porque está muerto.


—Lo siento. Perdona, no lo sabía —se disculpó él.


—No pasa nada. Bueno, si no quieres ir a casa de tu hermano, será mejor que haga algo de cena.


Pedro negó con la cabeza.


—No, déjalo. Vamos a casa de Federico.


—Estupendo. Te ayudaré a llegar allí, pero es mejor que cenes tú solo con ellos.


—De eso nada. Si yo ceno en su casa, tú también.


Ella dejó escapar un suspiro.


—Muy bien, pero no creas que vas a salirte siempre con la tuya.


A Pedro le gustaría salirse con la suya, desde luego. En muchos sentidos.


—Dame diez minutos, voy a ducharme —murmuró, tomando las muletas.


—Usa el banco que hay en la bañera —le advirtió Paula.


—¿Y si no lo hago? ¿Iras a rebañarme? A lo mejor sería buena idea.


Paula se puso colorada, pero no se dio por vencida.


—Ten cuidado, recuerda que puedo hacerte daño.


Él no estaba pensando en dolor, sino en placer mientras iba hacia la ducha. Fría.


Pero, por primera vez en mucho tiempo, se sentía alegre. Quince minutos después estaban los dos sentados en un cochecito de golf que Federico les había prestado. Con Paula al volante, se dirigieron hacia la casa. Ésa fue la parte más fácil, lo difícil fue subir los escalones del porche.


—Se te da muy bien caminar con muletas.


—¿Estás intentando halagarme?


—Si así consigo que andes, haré lo que haga falta.


—¿Y hasta dónde piensas llegar? —sonrió Pedro.


Antes de que ella pudiera replicar se abrió la puerta y Catalina apareció en el porche con una sonrisa en los labios.


—Hola, tío Pedro. Hola, Paula.


—Hola, Catalina.


Pedro miró alrededor. La amplia cocina tenía muebles de pino y una encimera de cerámica blanca. Su cuñada, con un mandil de colores, estaba sacando algo del horno. Federico siempre había querido tener un hogar y, aparentemente, lo había conseguido, pensó.


—¡Hola! Cómo me alegro de que hayan venido.


—Gracias por invitarnos —dijo Paula.


Romina abrazó a Pedro y luego dió un paso atrás para mirarlo de arriba abajo.


—Parece que esto se te da muy bien. Gracias por todo, Paula.


—No, es él quien ha hecho el trabajo. Yo sólo le animo un poco.


—Es como una apisonadora —protestó Pedro.

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