martes, 10 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 45

 —Me dí cuenta —prosiguió el con cierto esfuerzo— de que si seguías pensando que yo era homosexual, no me verías como una amenaza.


—Lo conseguiste —dije, al fin.


 Era verdad que, durante la mañana en Portobello y el paseo por los jardines de Kensington, nos habíamos reído juntos y habíamos estado varias veces en estrecho contacto físico. Pero yo me había sentido segura, sin el menor problema de conciencia con respecto a David. Pero las cosas habían cambiado. Ya no deseaba sentirme segura, sino lanzarme de lleno al peligro que representaba la intimidad con el hombre que estaba cenando conmigo.


—También pensé que, si te sentías segura conmigo, podríamos pasar más tiempo juntos.


—¿En serio? —pregunté frunciendo el ceño, pero sintiéndome viva de nuevo: Él se había tomado muchas molestias para verme y eso indicaba, sin lugar a dudas, que yo le gustaba.


—Totalmente. Pero tengo que reprocharme que fue una decisión egoísta y carente de nobleza, Paula. Deseaba verte, tocarte, verte reír, escuchar los secretos que sólo le contarías a un verdadero amigo.


—¿Piensas que es imposible que un hombre y una mujer heterosexuales puedan ser simplemente , amigos?


—Acabamos de demostrarlo —repuso él con una sonrisa seca—. Aunque yo he mantenido la charada durante veinticuatro horas, sé que tú te has sentido confusa con respecto a mí desde el principio.


—Evidentemente. Esta mañana has estado cortejándome alegremente mientras desayunábamos —dije recordando como había jugado con mi pelo, como me había mirado, como me había tomado de la mano para pedirme la sal—. ¿Eras consciente de lo que hacías?


—Me temo… Que no pude evitarlo. Pero tú tampoco pudiste evitar echarle una mirada de advertencia a aquella mujer que estaba a nuestro lado frente al puesto de herramientas antiguas.


—¿Te diste cuenta? —pregunte sonrojándome hasta la raíz del cabello.


—Si de verdad hubieras estado totalmente convencida de que yo era homosexual, no te habría importado. Te lo habrías tomado a broma, sin más. Pero ya sentías algo por mí. ¿Por eso no has contestado a mis mensajes, Paula? ¿Tenías problemas de conciencia con respecto a David?


—No regresé directamente a casa —dije mirándolo de soslayo, sin querer admitir que le había dedicado todos mis pensamientos—. Fui al Museo de Ciencias.


—Ah. Entiendo.


—Exponen el primer Austin construido en l922, el mismo modelo que David está restaurando. Antes de salir de Maybridge, me pidió que lo visitara y que le enviara una postal.


—Lo siento.


—¿El qué? ¿Que le enviara una postal?


—No. Que te sintieras culpable.


—¿Por qué? No es culpa tuya. Además, no puedo jurar que me sintiera exactamente culpable, quizá simplemente confusa.


—¿Todo a su gusto, señor? —preguntó el camarero mientras retiraba los platos de la mesa, dando por hecho que habíamos terminado, aunque ninguno de los dos habíamos hecho justicia a la comida.


—Todo perfecto —repuso Pedro—. Gracias.


Mantuvimos un silencio sosegado mientras nos servían el segundo plato y nos rellenaban las copas de vino. Yo lo miré con suspicacia y Pedro se dió cuenta.


—Es blanco —dijo.


—Estupendo —contesté. Después de haberme bebido una margarita, no sería lógico seguir insistiendo en beber agua, pero tendría que tener mucho cuidado con el vino.


La conversación iba más deprisa que de costumbre y yo carecía de la menor experiencia en los juegos de seducción.


—¿Puedo abrirlo? —pregunté al fin, señalando el regalo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario