martes, 3 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 43

 —Carolina, te presento a Paula Chaves—dijo Pedro—.Acaba de instalarse en el piso de las hermanas Harrington. Vamos a cenar al restaurante de Nico. Paula, ésta es mi hermana, Carolina Alfonso. Supongo que ha decidido abandonar la remota localidad rural donde reside para venirse de compras navideñas a Londres.


Carolina le dirigió el tipo de mirada que las mujeres reservan especialmente para sus hermanos.


—Encantada de conocerte —dijo estrechándome la mano—. Si necesitas algo, vivo en el sesenta y cuatro —se volvió hacia su hermano—. Si tienes tiempo, podrías sacarme una noche a cenar antes de que tenga que regresar al norte, Pedro. Sólo para ponernos al día del cotilleo familiar.


A continuación se despidió con la mano y se dirigió con paso resuelto hacia el ascensor. Pedro abrió la puerta del portal y la sostuvo para que yo pasara. Me estremecí súbitamente de frío.


—¿Tienes frío? —preguntó


—No debería haber prescindido de la ropa interior de invierno.


—A mí me ha gustado verte tal cual —dijo poniéndome una mano sobre la espalda para orientarme hacia la izquierda, una vez en la calle, antes de tomarme del brazo—. No está lejos.


Caminamos unidos, tal y como habíamos hecho durante el paseo por los jardines de Kensington, cuando yo aún estaba convencida de que él no podría interesarse en mí como mujer, cuando me sentía feliz y a salvo en su compañía. ¿Qué había cambiado? Todo, me dije. Antes podría haber interpretado sus acercamientos, e incluso sus besos, como gestos puramente amistosos, pero desde que sabía que no era homosexual, las cosas habían cambiado de rumbo. Su deseo era real y el mío también.


El dueño del restaurante saludó a Pedro en cuanto entramos como si se tratara de un viejo amigo. El restaurante era pequeño y acogedor y, al parecer, todos se conocían. Pensé que había muchas facetas de su personalidad que yo aún ignoraba. Sabía que era una persona amable y dispuesta, que su conversación era divertida y que besaba como un auténtico maestro. Pero también sabía que me había traicionado dejando que me creyera que era homosexual. ¿Por qué había hecho semejante cosa? Ni siquiera se había molestado en comunicarme que su hermana disponía de un apartamento en el mismo edificio. ¡Ni siquiera sabía que tenía una hermana! Yo le había contado la maldita historia de mi vida de cabo a rabo, aunque tenía que reconocer que había sido una tarea muy fácil, dado que mi existencia carecía por completo de acontecimientos interesantes. Nada comparado con la excitante vida, llena de anécdotas, de un viajero empedernido, desde luego. Pero, incluso así, la verdad era que yo se lo había contado todo y, por eso, me sentía en inferioridad de condiciones con respecto a él. Pedro colgó nuestros abrigos en el perchero y luego me acompañó hasta la mesa que había reservado. El maître nos entrego una carta a cada uno y nos preguntaba si deseábamos tomar alguna bebida. Pedro se mantuvo fiel al whisky y pidió un agua mineral para mí.


—¿Con gas o sin gas, señorita'?


Yo me llevé una mano al pecho, sabía que había jurado que me limitaría a tomar agua mineral durante toda la velada, pero era una mujer, y una mujer, especialmente las del tipo «Tigresa», tenía derecho a cambiar de opinión.


—El agua, por muchas burbujas que pueda tener, no encaja con mi estado de ánimo actual —dije.


—Lo siento, Paula —se apresuró a disculparse Pedro—. Pensaba que decías en serio lo del agua. ¿Qué te apetece beber?


—Una margarita —repuse alegremente, como si estuviera acostumbrada a beber combinados a diario.


—Una margarita, de acuerdo, señorita —dijo el maître.


Las bebidas llegaron con una rapidez digna de encomio, junto a unos tentadores aperitivos. Pedro no hizo ningún comentario mientras observaba como yo daba un sorbo a mi bebida, tomó un par de almendras saladas y se las metió en la boca. Luego me preguntó qué deseaba comer y yo se lo dije. Cuando se acercó el camarero, pidió la cena y discutió sobre la calidad de los vinos antes de escoger uno.


—He comprado algo para tí hoy —dijo Pedro cuando empezamos con el primer plato.


—¿Ah, sí? —pregunté, concentrada en la mouse de salmón mientras él se sacaba del bolsillo un pequeño paquete cuidadosamente envuelto y adornado por un elegante lazo dorado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario