jueves, 12 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 49

 —Así que me fui al Museo de Ciencias —continué—, a ver el precioso ejemplar del Austin de mil novecientos veintidós, a recordar todas las tardes y fines de semana que había pasado junto a David en un garaje sin calefacción, la cantidad de años que había pasado así mientras él luchaba con motores estropeados para devolverlos a la vida.


—¿Por qué lo hiciste? Lo de los años, no lo del Museo.


—Porque desde que tenía diez años le había considerado un héroe y, desde los trece, estaba impresionada por su estatura y su cabello rubio. Porque nunca me dijo que me marchara y dejara de molestarlo, como hacían mis hermanos. Nunca me torturo con arañas. Siempre se mostro amable. Éramos amigos… Porque… —me quedé con la vista fija en el vacío, un lugar oscuro y peligroso, pero no me detuve—: porque después de haberle declarado al mundo entero, cuando tenía diez años, que iba a casarme con él, nunca se me ocurrió pensar en que podría no ser así.


—Nunca debió permitir que te alejaras de él.


Yo estaba empezando a plantearme si se habría dado cuenta de que ya no estaba allí. Era posible que estuviera echando de menos mi ayuda en el garaje o las tazas de café que solía prepararle. Pero todo lo que David había hecho por mí durante todos esos años había sido contestarme con monosílabos, e incluso parecía haber hecho un verdadero esfuerzo para mantener ese tipo de conversación cuando un manguito se negaba a ajustar en el motor. Me había librado de atravesar dramas amorosos parecidos a los de mi hermana y mis amigas, a las que había dejado sollozar sobre mi hombro, mientras me sentía por completo a salvo en mi pequeño mundo, quitándoles importancia a las pequeñas bajadas de tensión en la relación que mantenía con David. Pero con Pedro había aprendido a disfrutar de una clase de amor de mucha mayor altura, la clase de amor por la que llevaba suspirando toda la vida. Sin embargo, no me engañaba: La realidad era que Pedro jamás podría hacer una vida hogareña y, además, iba a emprender un nuevo viaje a corto o medio plazo. La «tigresa» que llevaba dentro sería capaz de soportar todo eso, pero en mi fuero interno yo deseaba tener una vida tranquila, una familia. ¿Merecería la pena afrontar el riesgo?


—¿Paula?


—¿Qué? —pregunté sorprendida, comprendiendo al instante que debía llevar mucho rato abstraída y en silencio—. Lo siento, estaba a muchos kilómetros de aquí.


—¿En Maybridge? —inquirió el—. ¿Pensando en David?


—No… —dije con tono de poca convicción—. Es decir, sí. Tengo que volver a casa, Pedro.


—¿A casa? ¿Ya has tomado una decisión?


—He tomado una decisión —confirmé—. Es necesario. Hemos sido… —busqué la palabra adecuada para definir mi relación con David— amigos durante mucho tiempo. No puedo mandarlo todo a la porra en un instante y…


—Por favor, Paula, no necesitas justificarte conmigo —me interrumpió Pedro, al tiempo que hacia un gesto con la mano para llamarme la atención sobre los platos—: ¿Has terminado?


—No pretendía dar la impresión de que deseaba irme en este preciso instante.


—Ya lo sé, Paula —repuso él con la mandíbula tensa—. ¿Quieres un postre o un café? —añadió al cabo de un momento, más relajado.


Hacía horas que sonaba con tomarme un postre lleno de chocolate, pero era evidente que él deseaba marcharse, así que agité la cabeza rechazando la oferta.


—Vámonos, pues.


Pagamos, bueno, pagó él, y nos pusimos los abrigos. El propio Nico apareció para asegurarse de que habíamos disfrutado de la cena y despedirnos. Pedro atravesó unos instantes de irritación, pero después recobró su encanto natural. Se disculpó por no haber terminado la sopa mientras me ayudaba a ponerme el abrigo. Salimos a la calle y me tomó del brazo hasta que llegamos al elegante edificio que su padre había diseñado y dentro del cual vivíamos como vecinos. Aunque no había pasado nada extraño, yo tenía la sensación de haber interrumpido la velada abruptamente. Todo había ido de maravilla hasta que había dicho que tenía que volver a Maybridge. Pero… Cualquiera se daría cuenta de que no podría limitarme a escribirle una cana a David, después de tantos años. Tenía que verlo, decirle a la cara que, cualquiera que fuera a ser mi futuro, él ya no estaba incluido en los planes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario