jueves, 19 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 1

La vida de Pedro Alfonso nunca volvería a ser la misma. Tuvo que agarrarse a los brazos de la silla de ruedas, intentando controlar el pánico. Todo había terminado. Nunca podría volver a hacer las cosas que tanto amaba. Nunca podría sentir la emoción del rodeo, los gritos de la multitud cuando abrían el portón… Había terminado paralítico de por vida, y todo por un maldito toro, Red Rock. Apretó los puños. Se odiaba a sí mismo por compadecerse. Pero tenía derecho. Había pasado dos meses en el hospital después de tres operaciones, una para cerrar la herida que le hicieron las astas del toro y otras dos para intentar recuperar la tibia de la pierna izquierda, aplastada por el animal. Era enero y se había pasado todo el mes de diciembre en el hospital. El mes que planeó pasar en las finales del campeonato de Las Vegas. Pero ahora estaba en el rancho de su hermano en San Angelo, Texas, esperando que apareciera su próximo fisioterapeuta. Si se atrevía. Había despedido a los seis últimos una hora después de que llegasen y aquel día le tocaba al número siete. Al menos, podía divertirse con algo, pensó. Miró la casita que su hermano había acondicionado para él. En el salón había una televisión de plasma, un estéreo, una estantería llena de libros… No tenía nada más que hacer. De modo que tomó un libro y lo lanzó contra la puerta con todas sus fuerzas, sintiendo rabia y pena por la persona que tuviera que enfrentarse con su ira.



Paula Chaves acababa de subir los escalones del porche y estaba levantando la mano para llamar a la puerta cuando oyó un golpe. Sorprendida, dió un paso atrás, recordando lo que Federico Alfonso le había contado de su hermano. Sin duda, eran malos tiempos para el campeón de rodeo Pedro Alfonso. Como fisioterapeuta, ella sabía que no era la persona favorita de sus pacientes. El suyo era un trabajo difícil, pero le gustaba y, además de ofrecer un buen sueldo, el extra en aquel caso era que podría vivir en la casa, ahorrándose así un alquiler. Entonces oyó otro golpe en la puerta. Aparentemente, Pedro Alfonso estaba teniendo un mal día. Y, aunque tenía poca experiencia, sabía que eso era relativamente normal. Reuniendo valor, agarró el picaporte.


—A ver si podemos hacerle cambiar de humor, señor Alfonso — murmuró, respirando profundamente.


Cuando entró, vió la cara de sorpresa de su atractivo paciente. Tenía el pelo negro y parecía no haberse afeitado en varios días, pero eso no le restaba atractivo. Sin embargo, fueron sus ojos lo que más llamó su atención. Eran de un azul muy claro, con puntitos plateados. Su mirada era fría como el hielo, pero despertó algo dentro de ella.


—Buenos días, señor Alfonso.


—¿Quién demonios es usted?


—Paula Chaves.


—Pues si ha venido a limpiar, no necesito que me cambien las sábanas, muchas gracias. Ni las toallas.


No, seguramente no hacía falta cambiarlas porque no parecía haberse bañado en varios días.


—No estaría mal pasar un poco el polvo, pero ahora mismo no tengo tiempo. He venido a ayudarlo, señor Alfonso. Soy su fisioterapeuta.


Él la miró, sorprendido.


—¡Y un cuerno!


—Vengo recomendada por el doctor Morris, el cirujano ortopédico que le está tratando. Y me ha contratado su hermano.


—Pues ya puede decirle a Federico que se va porque no la necesito.



—Me necesita más de lo que cree, señor Alfonso.


Su irritado paciente tenía un torso muy desarrollado. Y, con el pantalón corto, Brenna podía ver la enorme cicatriz en la pierna izquierda. Por la falta de actividad, sus piernas habían perdido tono, pero estaba claro que una vez fueron musculosas.


—Bonito ¿Eh? —dijo él, irónico.

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