La cicatriz no era bonita, pero el hombre…
—He visto cosas peores. Además, irá desapareciendo poco a poco.
—Me da igual.
—Ya imagino que le da igual, pero yo estoy aquí para hacerle cambiar de actitud.
—No necesito a nadie. Estoy perfectamente —replicó él.
Intentó darse la vuelta, pero la silla de ruedas se enganchó con la mesita de café. Paula observó su frustración hasta que, por fin, pudo soltarse.
—Mañana habrá que apartar los muebles para que pueda moverse con más comodidad.
—No pierda el tiempo, señorita Chaves. Usted no estará aquí mañana —replicó Pedro, entrando en su habitación y cerrando de un portazo.
Ella dejó escapar un largo suspiro.
—Ah, pues ha ido bien.
En el salón había dos puertas más, una que daba a otro dormitorio, el suyo, y un cuarto de baño que Pedro Alfonso y ella tendrían que compartir. Cuando asomó la cabeza en el dormitorio, vió una cama grande con un edredón de colores y una cómoda de pino. El baño era amplio y Federico Alfonso había ensanchado el hueco de la puerta para que pudiera pasar una silla de ruedas. Además, la bañera era un jacuzzi. Estupendo. Volvió entonces al salón y comprobó que la nevera estaba llena. Seguramente, Romina Alfonso, su cuñada, le hacía la comida, pero Pedro no parecía comer mucho. Y eso tendría que cambiar. No iba a recuperarse si no se nutría como era conveniente. Pero para eso tendría que cooperar con ella, claro. Y debía convencerlo porque su trabajo dependía de eso. Aunque su familia vivía cerca, Paula necesitaba trabajar… Y un sitio donde vivir.
Recién salida de la universidad, y en sus circunstancias, no tenía tiempo para buscar ofertas de trabajo. Su mentor, el doctor Morris, la había enviado al rancho Rocking R para hablar con Federico Alfonso sobre su hermano gemelo, que había resultado malherido en un rodeo. Y aun sabiendo que Pedro Alfonso había despedido a media docena de fisioterapeutas, Paula no tenía miedo. No podía tenerlo. Aunque sabía que aquello debía ser muy duro para la ex estrella del rodeo. Y el hombre más guapo que había visto nunca, además. Las fotografías no le hacían justicia y, sin duda, su reputación de mujeriego no era exagerada. Pero ahora estaba confinado en una silla de ruedas. Y su trabajo era cambiar eso. Aunque Federico no quería contratar a una mujer, ella lo había convencido de que podía lidiar con su hermano, prometiéndole que volvería a caminar. Y le había dado dos semanas de prueba. Ella era nativa de Texas y había crecido en un rancho cerca de allí, con tres hermanos que se dedicaban al rodeo. Nunca entendería por qué aquellos hombres se enfrentaban diariamente al peligro. Nunca entendería la emoción de montar un toro salvaje… Entonces recordó el accidente mortal de Thiago durante un vuelo en ala delta y la discusión que mantuvieron antes. Las últimas y furiosas palabras que habían intercambiado. Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar que Jason había elegido la emoción del peligro antes que a ella… Y a su hijo. Ahora estaba sola, embarazada e intentando sobrevivir como podía.
Los golpes que llegaban del salón hicieron que Pedro escondiera la cabeza bajo la almohada. No había dormido mucho la noche anterior porque la imagen de Paula Chaves aparecía cada vez que cerraba los ojos. ¿Qué esperaba? Llevaba meses sin estar con una mujer, de modo que era lógico excitarse al ver a una chica guapa. Pero los golpes aumentaron de intensidad y miró el despertador: Las siete de la mañana. ¿Qué demonios estaba haciendo? Suspirando, se puso el chándal que estaba tirado en el suelo y, sujetándose a la cama, se sentó en la silla de ruedas. Luego la empujó hasta la puerta y descubrió que la pelirroja había vuelto… Y estaba intentando mover una estantería.
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