jueves, 12 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 53

 —Pero…


—Déjame hacerlo, Paula. Aunque ya hayas decidido que David es el hombre de tu vida y que vas a volver a casa para estar junto a él, eso no significa que yo pueda desterrar mis sentimientos de un día para otro. No puedo dejar de preocuparme por tu bienestar.


Escuché sus palabras completamente atónita y tuve que hacer un esfuerzo para procesarlas y comprenderlas en toda su magnitud.


—Repite lo que has dicho —le pedí.


—Quiero decir que lo comprendo, ¿De acuerdo? Creo que te equivocas. Pienso que cualquier hombre que sea capaz de dejarte marchar es un idiota que no te merece.


—Pedro…


—De hecho ya me he dado cuenta de que yo soy más idiota todavía, facilitándote el regreso a casa sin luchar antes por tu amor. Pero sé que eres tú la que debe tomar una decisión. Quiero que seas feliz…


—Pedro…


—Me importa más tu felicidad que la mía propia —continuó, incapaz de echar el freno—. Sé lo que vas a decirme. Que es imposible. Que el amor a primera vista no existe. Que es solo lujuria, atracción sexual…


—Pedro, por favor…


—Pero si hubiera sido sólo eso, la noche de ayer habría terminado de manera muy diferente. Es una locura, lo sé. Solo nos conocemos desde hace un par de días. Me tropecé con una mujer irritada porque le estaba robando el taxi en una tarde fría y lluviosa, y luego con una mujer distinta, tan recatada y desconcertada como si aún fuera virgen, que me cedía inocentemente el taxi con las mejillas sonrosadas. Deseé besarte en ese preciso momento — relató él con un leve encogimiento de hombros—. En realidad, cuando me enteré de que vivíamos en el mismo edificio, me asaltaron las más íntimas fantasías. Y eso es todo. A partir de ahora tendré que acostumbrarme a la idea de que te he perdido para siempre.


—Pedro, cállate.


—Lo siento. Seguramente te ha incomodado tener que escucharme, pero necesitaba desahogarme. Sabía que en Londres te sentirías triste y sola, pero no quise aprovecharme de tu inseguridad para que no cometieras lo que podía ser el error más grande de tu vida.


—Pedro, escúchame detenidamente. Me voy a Maybridge para decirle a David que he conocido a otro hombre. Un hombre que ilumina mi vida como… Como la luz del sol en pleno verano. Alguien que me hace sentir que soy una mujer… Completa.


—Pero…


—Escúchame —dije—. Escúchame bien —él batalló consigo mismo durante unos instantes—. Quiero ir hoy a Maybridge para decirle a David que voy a arriesgarlo todo para emprender una relación contigo. Voy a decirle que viajas, que desapareces entre las nubes a bordo de un avión para pasar varios meses fuera y que nadie sabe cuando regresarás. Pero, pase lo que pase entre nosotros, debo decirle que toda mi vida ha cambiado desde que te conocí. Que mi relación con él ha pasado a la historia.


—Paula.


—No he terminado. Voy a decirle a David que lo amo, que siempre lo querré como amigo, pero que ahí se acaba todo, en una simple amistad —respiré hondo—. ¿Te acuerdas que me has dicho que me había sonrojado como si fuera virgen delante del taxi? Pues quiero que sepas que es verdad. Soy virgen, ése era mi secreto.


Pedro se tomo su tiempo para asumir la noticia.


—Pero… Entonces… ¿Quieres decir…?


—Quiero decir que ayer estuve muy cerca de dejar de serlo — añadí temblando ante su cara de estupefacción—. He estado a punto de…


—Hacer el amor conmigo —dijo él tomándome la mano—. De hacer el amor —repitió él abrazándome y estrechándome contra su cuerpo que también temblaba—. Anoche, en el restaurante, estuviste tan abstraída… Y luego me dijiste que deseabas volver a casa…


—Tenía que regresar a Maybridge para dejarle claras las cosas a David. Tenía que dar por acabada esa historia para poder iniciar la nuestra.


—Quise morirme —dijo—. Cuando oí tus palabras, dí por sentado… Quería morirme.


—Pero no dijiste nada, no intentaste que cambiara de opinión.


—Cada cual debe tomar sus propias decisiones, Paula. Si te hubiera arrastrado hasta mi cama, ¿Qué habríamos ganado?


—Hubiéramos podido conciliar el sueño tranquilamente.


—Es posible. Ahora que ha llegado el turno de las confesiones, tengo que decirte que anoche encontré tus llaves sobre la alfombra y me las guardé. ¿Estás enfadada?


—¿Enfadada? ¿Por saber que me deseas tanto? Está de broma —dije con una amplia sonrisa y una sensación reconfortante.


—Sera mejor que te vistas antes de que se me ocurra demostrarte lo mucho que te deseo. Tenemos que irnos a Maybridge.


Solté una carcajada y me embutí en la ropa del día anterior. Tenía que pasar por mi departamento para cambiarme. Él intentó retenerme con un beso.


—Pedro…


—No puedo dejarte sola ni un momento, prefiero acompañarte a tu piso.


Se vino conmigo y, cuando abrió la puerta con mis llaves, oímos el sonido de una conversación en la cocina.


—¡Paula! —gritó Lorena al verme aparecer—. ¿Dónde demonios te habías metido? Tienes una visita —dijo apartándose para que yo pudiera ver a David.


—Hola, Paula —me saludó Don echando una mirada a Pedro, antes de levantarse del taburete. Por muy inocente que hubiera sido la noche que habíamos compartido Pedro y yo, todas las evidencias demostraban lo contrario. David se dirigió hacia nosotros y yo me interpuse entre Pedro y él para evitar que le soltara un puñetazo. Pero no parecía violento. Al contrario, caminaba con una mano extendida, preparado para estrechar la de Pedro—. Soy David Cooper —se presentó con la mayor formalidad.


—¿Te acuerdas de él? —intervino Sophie con sarcasmo—. El «Vecino de toda la vida».


—Paula acaba de mudarse a mi departamento. Vamos a casarnos —terció Pedro.


¿Casarnos? ¿Quién había hablado de casarse?


—Una sabia decisión —comentó David—. Pero no te atrevas a hacerla sufrir o tendrás que vértelas conmigo.

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