martes, 3 de enero de 2023

Mi Vecino: Capítulo 41

 —¿Qué haces? —pregunté al ver que Pedro se colocaba detrás de mí.


—Ayudarte a ponerte el abrigo —dijo mientras me le ofrecía para que metiera el segundo brazo, como si fuera una niña de dos años—. Así está mejor. Ahora ya puedo pensar con claridad.


Parecía tener todo completamente bajo control, pero mi situación estaba muy lejos de poder compararse con la suya. Hice un esfuerzo para reunir todos les restos de dignidad que me quedaban e intenté abrir la puerta con el propósito de marcharme, pero él volvió a impedírmelo.


—Per favor, debo marcharme —supliqué.


—¿Adónde?


Yo enarqué las cejas sugiriendo que eso no era de su incumbencia.


—A la cama —admití, después de una breve pelea con mi conciencia—. Con una taza de cacao caliente y un buen libro. Te invito a venirte conmigo, pero debes traer tu propio libro —añadí con el mayor descaro, dando por supuesto que él jamás se atrevería a aceptar semejante sugerencia.


—Te había propuesto que saliéramos a cenar fuera juntos…


—¿Ah, sí? ¿Y eso lo has pensado antes o después de compartir nuestro escarceo sexual? —él sonrió con amargura. Estaba claro que jamás podríamos retomar las cosas donde las habíamos dejado. En todo caso, podríamos seguir siendo simplemente amigos—. Lo siento, pero ésta vez no puedo aceptar tu oferta.


—¿Has comido hoy?


—Pareces mi madre, claro que he comido.


—¿Cuándo?


—Sofía y yo nos detuvimos en un restaurante japonés mientras estábamos de tiendas y tomamos unos canapés de sushi.


Fue estupendo.


—A sugerencia suya, supongo… Un menú con pocas calorías.


—Efectivamente. La verdad es que yo me hubiera inclinado por unos huevos revueltos con tostadas untadas de mantequilla —admití—. Pero me parece muy sensato poner límites a las calorías.


Como siga comiendo a mi manera, pronto no podré abrocharme el primer botón de los vaqueros.


—Los vaqueros te quedan perfectos —me aseguró mientras yo componía una mueca—. ¡Te lo digo en serio! —exclamó con furia al ver mi expresión de recelo—. Lo siento —añadió tomándome por los hombros—, no pretendía gritarte. Pero, dada la hora que es, estoy seguro de que debes tener hambre.


Desde luego, estaba tan hambrienta que hubiera sido capaz de comerme un buey. Y lo cierto era que había pasado toda la tarde con Sofía comprando ropa, pero aún no me había aprovisionado de alimentos.


—Puede que vuelva a intentar lo de la tostada con queso —dije con voz temblorosa a causa de su proximidad. Tenía que alejarme de él cuanto antes.


—¡Ah, no! No estoy dispuesto a que vuelvas a arriesgarte otra vez con esa cocina a solas,


—La cocina está arreglada —protesté—. Por cierto, ¿Qué ha pasado con la factura del electricista?


—El servicio de mantenimiento del edificio cubre todos los gastos, pero no puedo garantizarte que pueda volver a ponerte la primera de la lista.


—Gracias.


—No me des las gracias. Siéntate en el sofá durante un par de minutos, relájate y espera a que me vista. Por favor… —añadió al ver como yo abría la boca para protestar.


Me callé. Si yo me marchaba y desaprovechaba la oportunidad de resolver la situación amistosamente, a partir de ese momento iba a tener que andar con pies de plomo para evitarme la vergüenza de volver a verlo: Bajar y subir por las escaleras en vez de tomar el ascensor, escuchar detrás de la puerta antes de salir para asegurarme de que no había nadie en el vestíbulo… También podía regresar a Maybridge, pero en ese caso… ¿Qué iba a hacer con toda la ropa nueva que me había comprado?


—Por favor, Paula —insistió él—, necesito explicarte… ¡No! Yo no necesitaba explicaciones. Lo que quería…, bueno, lo que yo quería era algo en lo que no merecía la pena pensar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario