martes, 24 de enero de 2023

Desafío: Capítulo 5

 —A partir de ahora, tienes que usar esto para moverte por la casa.


—¿Qué? Lo dirás de broma —replicó él, con gesto de asco.


—Si puede mantenerse sobre un toro, señor Pedro «El Diablo» Alfonso, también puede usar un andador.


—No pienso usar ningún maldito andador… Antes, prefiero arrastrarme por el suelo.


—Los fisioterapeutas somos testarudos. Y como, tarde o temprano, tendrás que usar el baño…


Pedro se cubrió la cabeza con la sábana y lanzó una retahíla de insultos. Paula sabía que, si quería conseguir algo, no podía dejarlo en la cama todo el día. Pero también sabía que si él se quejaba mucho, Federico la despediría.


—Se está comportando como un niño, señor Alfonso —le espetó, apartando la sábana de un tirón.


Pero entonces dejó escapar un grito porque… Pedro estaba completamente desnudo. Volvió a taparlo rápidamente, pero vió una sonrisa de satisfacción en los labios del hombre. Pedro  Alfonso no parecía tener problema alguno con su desnudez.


—Ya que estamos empezando a «conocernos», ¿Podrías volver a llamarme Pedro, «Pau»?


—Te llamaré lo que quieras mientras te levantes de esa cama.


Él se lo pensó un momento.


—Muy bien, me levantaré, pero sólo si puedo usar las muletas.


—Podrías perder el equilibrio…


—¿Perder el equilibrio? Cariño, me he ganado la vida manteniendo el equilibrio sobre un toro salvaje. Si quieres verme levantado, tráemelas.


Paula salió de la habitación y cuando volvió con las muletas, él se había puesto un pantalón de chándal.


—No me gusta esto. Podrías caerte.


—Llevo cayéndome toda la vida.


—Delante de mí, no —replicó ella, sujetándolo por la cintura.


Sorprendentemente, se manejaba bien con las muletas, pero cuando iba a entrar en el baño, Pedro la detuvo.


—Hay cosas que un hombre tiene que hacer solo.


—¿Y si te caes?


—Me levantaré —contestó él, dándole con la puerta en las narices.


—Llámame cuando hayas terminado. Vendré a buscarte —gritó Paula.


—Puedo salir solo, muchas gracias.


—Crees que lo sabes todo, ¿Verdad, Pedro Alfonso? —murmuró ella.


Luego se dió la vuelta, rezando para sobrevivir a aquellas dos primeras semanas… Y a aquel hombre.


Pedro maldijo en voz baja cuando tropezó al salir del baño. Le gustaba estar de pie, pero no pensaba decírselo a la señorita Chaves. Con las muletas bien colocadas bajo los brazos, se dirigió a la cocina, sorprendido de no haberla asustado antes con su numerito de seducción. La encontró canturreando. Pero no cantaría durante mucho tiempo, pensó.


—En cuanto termines, haz la maleta porque no vas a quedarte aquí.


—La sopa está lista —replicó ella, como si no le hubiera oído.


Olía muy bien y Pedro descubrió que, por primera vez en varios días, tenía hambre. Y cuando lo ayudó a sentarse, descubrió que le gustaba que ella lo tocase. Tenía las manos muy suaves, tan suaves como el aroma de su perfume. Paula colocó la servilleta sobre sus rodillas y levantó la mirada. Él se fijó entonces en lo guapa que era. No como una modelo, desde luego, pero tenía unos ojos marrón claro llenos de calidez e inocencia. Y sus labios… Se preguntó entonces cómo sabrían. Su piel era perfecta, a pesar de algunas pecas rebeldes en la nariz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario