martes, 12 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 40

Aquella noche, cuando él regresó a casa, advirtió la alegría del ambiente. De la cocina llegaban deliciosos aromas, y en el comedor, Cecilia estaba poniendo la mesa con la mejor vajilla y cubertería de plata. Una vez en su dormitorio, se sorprendió al ver que Cecilia había seleccionado la ropa que debía ponerse: Pantalones de algodón, una camisa azul claro, su mejor chaqueta azul oscuro y una corbata plateada. No había duda de que la mujer quería que la velada fuera un éxito. Paula le gustaba mucho, por eso había dedicado tanto tiempo a ayudarlo a elegir el mejor regalo para ella.


—Ese vestido es perfecto —le había asegurado—. Paula nunca se lo compraría para sí misma.


A él le preocupó que no quisiera algo tan elegante. Sólo la conocía con sus sencillas camisetas de algodón y vaqueros. En ropa, era casi lo opuesto a Lara, que siempre había querido destacar. Pero el estilo sencillo de Paula iba acorde con su personalidad cálida y tranquila, a la que estaba tan agradecido. Ella había acertado al detener su aventura antes de que empezara realmente. Casi se había vuelto loco cada noche, aprendiendo a leer y escribir con ella, en lugar de hacerle el amor larga y sensualmente. Pero había progresado muchísimo. A su lado, leer se había convertido en un emocionante desafío. Había querido agradecérselo, y Cecilia le había convencido de que el vestido era la menor manera.


—Paula lo contempló durante horas en el catálogo —le había asegurado—. Cuando la veas con él, te vas a quedar pasmado. Espera y verás.


Habría dicho que la mujer intentaba emparejarlos, pero ¿Para qué iba a hacerlo? Sabía tan bien como él que Paula se marcharía en cuestión de semanas. Además, ella había sido testigo del desastre en que había convertido su matrimonio.  También le sorprendía que Cecilia hubiera impulsado la cena de gala. De hecho, cuando había encargado el vestido, no esperaba que Paula se lo pusiera en Jabiru Creek. Aunque sí había querido que, cuando lo luciera en Estados Unidos, en algún elegante cóctel lleno de intelectuales, se acordara de él. Y de los niños. Y del tiempo que había pasado allí. ¿Los echaría de menos tanto como ellos a ella? Alarmado por el desánimo que lo invadía, Pedro se apresuró a su cuarto de baño para afeitarse.


—¡Estás fabuloso, papá!


Camila fue la primera en saludar a Pedro cuando apareció en la cocina, elegantemente vestido y con ganas de cenar.


—Tú sí que estás muy guapa —alabó, viéndola girar sobre sí misma—. Y tú también, Nicolás.


El niño, con vaqueros y una camisa, estaba entregado a jugar con los cachorros. Cecilia se afanaba en la cocina. Llevaba un delantal encima de su mejor vestido negro y unos pendientes de turquesa. Leonardo también se encontraba allí, en una esquina, limpio y con el cabello cuidadosamente peinado sobre su calvicie.


—Que los cachorros no te manchen la camisa —le advirtió Cecilia a Nicolás.


Examinó a Pedro con la mirada, y asintió aprobadora.


—Gracias por elegirlo —dijo él.


—No quería que fueras vestido de cualquier manera.


—Me conoces demasiado bien —apuntó él con una sonrisa—. La cena huele deliciosa. ¿Qué es?


—Costillas de cordero con pudín Yorkshire.


—Fantástico. Me comería un caballo.


—¡Papá! —exclamó Camila, horrorizada.


Pedro rió.


—¿Dónde está Paula?


—Todavía en su habitación —respondió la niña haciendo una mueca—. Lleva horas arreglándose.


—A lo mejor quiere impresionarnos —señaló Cecilia.


—Ese no es su estilo —aseguró Pedro.


—Aquí ya está todo casi preparado —comentó la cocinera—. ¿Por qué no vas a avisarle? 


Él sintió un relámpago en su interior. Ir al dormitorio de Paula no era buena idea, con todas las fantasías que tenía sobre ella a todas horas. Iba a sugerir que fuera Camila a buscarla, pero la curiosidad le pudo. Estaba deseando verla arreglada.


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