jueves, 7 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 36

«¡Eso es un crimen!», quiso gritar Paula, pero se contuvo. Criticar al padre de Pedro no iba a ayudar en nada.


—Para cuando comprendí mi desventaja, ya era demasiado mayor, orgulloso y terco —concluyó, y se encogió de hombros—. Como te he dicho, he salido adelante.


—Y de forma brillante.


—Aprendí a escribir mi nombre y mi dirección, a rellenar formularios sencillos. Si hubiera querido, habría encontrado la forma de aprender más por mi cuenta. Pero nunca he necesitado leer en mi tipo de trabajo. Aunque ahora…


Se detuvo y frunció el ceño, con la vista clavada en su vaso.


—Supongo que prefieres que Camila y Nicolás no conozcan tu falta de escolarización.


Dejó el vaso, aún a medias, a un lado.


—No puedo seguir ocultándoselo. Y ya es demasiado tarde para empezar a aprender.


—No lo creo —replicó Paula con suavidad y, sin poder contenerse, lo besó en la mejilla—. De hecho… Estoy segura de que no es demasiado tarde.


Sus rostros se encontraban a meros centímetros de distancia. Paula notó que se encendía por dentro. Parecía que sus últimas palabras, «Estoy segura de que no es demasiado tarde», ya no se refirieran a la lectura. Pedro la miró con tal intensidad que la dejó sin aliento. Sería tan fácil acercarse un poco más e invitarle a repetir el beso… Era lo que más deseaba. Pero logró encontrar la fuerza para separarse. Tenía que pensar con claridad. Debía recordar que el beso junto al cañón no se debía a que él la deseara. Pedro lo había dejado muy claro. Lo importante en aquel momento era recordar que sólo le quedaban unas semanas más en Australia, y que tenía que empezar a enseñarle a leer. Nunca se lo perdonaría si no lo intentaba.


—De hecho, se ha hecho un poco tarde para empezar con las clases de lectura —dijo, sin levantar la vista—. Pero podemos comenzar mañana por la noche, cuando los niños estén ya acostados.


Lo miró, y vió su mirada cargada de emoción.


—Gracias.


—No hay de qué.


—Lo digo en serio, Paula. Muchas gracias. Eres una mujer fabulosa. No tienes ni idea…


—Sí que la tengo —le interrumpió ella, forzando una sonrisa—. Tengo mucha idea, por eso me gustaría ayudarte.


Pedro sonrió. De pronto, parecía más joven, más libre, más relajado. 


—Has hecho mucho por mí. ¿Cómo puedo agradecértelo?


«¿Besándome de nuevo?», pensó ella. Cielo santo, ¿Dónde estaba su sentido común?


—¿Podrías organizar que montáramos a caballo? No sólo yo, los niños también.


—Por supuesto. Será lo primero que haga por la mañana.


Pedro se quedó sentado durante siglos después de que Paula se marchara, contemplando las cuatro paredes de su estudio y reviviendo los recuerdos que acababa de revelar. Para su sorpresa, ya no le hacían tanto daño. Era como si al hablar de ellos ya no fueran sus pesadillas privadas, sino algo más real, pistas en un crimen. En el fondo, siempre había creído que el hecho de ser analfabeto era culpa suya. Había permitido que Lara se marchara porque no se creía digno de ella. Pero la realidad era que su madre no había sabido enseñarle, y su padre le había impedido recibir una educación decente. Cierto, su padre le había enseñado casi todo lo que sabía acerca del ganado, máquinas y carpintería, pero el mundo era grande y complicado, y los conocimientos prácticos sólo permitían llegar hasta un cierto punto. El outback era un lugar limitado, y él quería que sus hijos tuvieran oportunidades que él nunca había tenido. Y para eso necesitaban estudios. Por primera vez, se permitió aceptar que no era totalmente culpable de su analfabetismo. Sí que era culpa suya no haber hecho nada para solucionar el problema con el que ellos le habían dejado. Si hubiera tenido una desventaja a nivel físico, habría buscado consejo médico, no habría intentado ocultarla. Paula nunca imaginaría cuánto le había costado admitir que no sabía leer ni escribir. Ya no se sentía impotente al respecto. Por fin iba a ponerle remedio, con su ayuda. Se sentía como un hombre al que acababan de soltar de la cárcel. Debería contárselo a Paula, seguramente le haría sonreír. Y le encantaba verla sonreír.


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