Probablemente por el contraste, se dijo divertido. Sería interesante volver a ver a esta última. Su madre ya habría vuelto y dudaba que tuviese demasiados huéspedes ahora que el verano se había convertido en un lluvioso otoño. Cuando llegó, la casa tenía aspecto triste. No había ventanas abiertas ni tampoco signos de vida. Salió del coche con Tiger y rodeó el edificio. La puerta de la cocina se encontraba abierta. Paula levantó la vista cuando él entró.
—Hola, ¿Podemos pasar? —dijo el doctor, inclinándose para acariciar a los perros y darle tiempo a ella a enjugar sus lágrimas con el dorso de la mano—. Tiger no es un peligro para Marc y, además, le gustan los gatos.
Paula se puso de pie y se sonó la nariz, en tanto que Félix se subía de un salto a un armario.
—Pase —dijo ella, con el tono de voz cortés que usaba para sus huéspedes—. Qué día, ¿No? Supongo que va a Glastonbury. ¿Le apetece una taza de té? Estaba a punto de hacer una tetera.
—Gracias —dijo entrando—. Supongo que no habrá demasiados huéspedes con este tiempo. ¿Su madre no ha vuelto todavía?
—No —respondió ella débilmente y luego, para horror suyo, se echó a llorar sin poder controlarse.
El doctor Alfonso la hizo sentarse otra vez.
—Yo prepararé el té mientras usted me lo cuenta todo —le dijo con tranquilidad—. Llore tranquila, eso la hará sentirse mejor. ¿Hay tarta?
—Pero ya he llorado y no me ha servido de nada —dijo ella con una vocecilla triste. Hipó antes de añadir—: Y ahora he comenzado otra vez — recibió el gran pañuelo blanco que él le alargaba—. La tarta está en el armario del rincón.
El doctor puso la mesa y cortó la tarta, encontró bizcochos para los perros y llenó el cuenco de Félix de pienso. Luego se sentó frente a Paula y puso ante ella una taza de té.
—Tome un poco y dígame por qué llora. No se deje nada, porque al fin y al cabo, no pertenezco a su entorno, y lo que diga quedará entre nosotros.
—Hace que parezca tan... Normal —dijo ella, sonriendo al fin. Tomó un sorbo de té—. Perdone que sea tan tonta.
El doctor cortó un trozo de tarta.
—¿Es el motivo la ausencia de su madre? —le preguntó—. ¿Está enferma?
—¿Enferma? No, no. Se ha casado con un hombre que ha conocido en Canadá.
Fue tal alivio hablar con alguien sobre ello que la historia le salió a borbotones: Una mezcla de los proyectos de su padrastro con el invernadero y la necesidad de independizarse. Él la escuchó sin hablar y volvió a llenar las tazas con los ojos fijos en su rostro abotargado.
—Y ahora que me lo ha dicho se siente mejor, ¿Verdad? —le preguntó cuando ella acabó la enrevesada historia—. Lo había guardado todo, ¿No? Dándole vueltas en la cabeza como la mula en la noria. Ha sido una sorpresa enorme para usted, y ese tipo de sorpresas hay que compartirlas. No le daré ningún consejo, pero le sugiero que no haga nada: No haga planes, no piense en el futuro hasta que su madre vuelva. Creo que quizá descubra que la han incluido en sus planes y no tiene por qué preocuparse por su futuro. Comprendo que quiera independizarse, pero no se precipite. Quédese en casa mientras ellos se establecen, y eso le dará tiempo para decidir lo que quiere hacer —ella asintió con la cabeza y él añadió—: Ahora, vaya a arreglarse el pelo y lavarse la cara. Vamos a Castle Cary a cenar.
Ella se quedó mirándolo boquiabierta.
—No puedo... —dijo.
—Con quince minutos le bastará.
Ella hizo lo que pudo con su rostro y se recogió el pelo en un pulcro moño. Luego se puso un vestido de punto que, aunque no era de marca, tenía un bonito color granate. Se calzó los zapatos más elegantes que tenía y volvió a la cocina. Su abrigo de invierno estaba anticuado y viejo y, por una vez, se alegró de que lloviese: Así podría llevar la gabardina. Marc y Félix ya dormitaban y Tiger movía el rabo junto a su dueño,ansioso por salir.
—He cerrado todo —observó el doctor, acompañándola fuera.
Echó el cerrojo a la puerta de la cocina y se metió la llave en el bolsillo. Aunque no pareció prestarle atención a Paula, se había dado perfecta cuenta de que ella se había esmerado con su apariencia. Y el restaurante al que había decidido llevarla tenía pequeñas lámparas con pantallas rosadas sobre las mesas... No había demasiadas personas allí un lluvioso domingo por la noche, pero el sitio era acogedor y las pantallas rosadas fueron benévolas con el rostro de Paula, todavía un poco congestionado. Además, la comida era excelente. El doctor observó cómo el color volvía a sus mejillas femeninas a medida que comían champiñones con salsa de ajo, trucha local y una ensalada digna de la reina. Una deliciosa nata acompañaba los postres.
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