jueves, 21 de abril de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 2

Cruzó el recibidor hasta un salón pequeño en el cual había un cómodo tresillo y una mesa redonda pequeña. A ambos lados de la chimenea, estantes con libros cubrían las paredes. Paula cerró las cortinas de un gran ventanal antes de depositar el quinqué sobre la mesa.


—Iré a abrir la puerta de la cocina —dijo, y corrió a la cocina a tiempo para abrirle al doctor.


—¿Las llevo arriba? —preguntó éste, refiriéndose a las dos maletas que portaba.


—Sí, por favor —dijo Paula—. Le preguntaré a la señora Alfonso si quiere subir a su habitación ahora. ¿Querrán algo de comer?


—Desde luego que sí. Es decir, si no resulta demasiado trastorno. Cualquier cosa: unos sándwiches...


—¿Tortilla francesa, huevos revueltos, huevos fritos con beicon? Como le he dicho a la señora Alfonso, es un poco tarde para ponerse a hacer algo más complejo.


—Estoy seguro de que a mi madre le encantará una taza de té — sonrió el doctor—. Y unas tortillas francesas me parece bien —miró a su alrededor—. ¿No hay nadie más en la casa?


—No —respondió Paula—. Los acompañaré arriba.


Les dió las dos habitaciones que daban a la parte delantera de la casa y señaló luego el cuarto de baño.


—Hay agua caliente en abundancia —dijo antes de volver a la cocina.


Cuando sus huéspedes bajaron al poco rato, había puesto la mesa y les ofreció unas tortillas francesas hechas a la perfección, tostadas con mantequilla y una gran tetera. La tormenta finalmente amainó después de la medianoche, pero para entonces Paula, que había lavado los cacharros de la cena y preparado las cosas para el desayuno, estaba demasiado cansada para notarlo. Se levantó temprano, pero también lo hizo el doctor Alfonso, que aceptó el té que ella le ofreció antes de salir y dar una vuelta por el patio y el huerto acompañado por Marc. Al rato volvió y se quedó en el vano de la puerta de la cocina mirándola preparar el desayuno. 


—¿Cree que la señora Alfonso querrá desayunar en la cama? — preguntó Paula, cohibida por su mirada.


—Me parece que le encantará. Yo tomaré el mío aquí con usted.


—No, no puede hacer eso —dijo ella, sorprendida—. Quiero decir que tiene la mesa puesta en el salón. Le llevaré el desayuno en cuanto esté listo.


—No me gusta comer solo. Si pone lo de mi madre en una bandeja, se la subiré en un momento.


Era un hombre afable, pero Paula tuvo la impresión de que no le gustaba discutir. Le preparó la bandeja y cuando él volvió a bajar y se sentó ante la mesa de la cocina, le puso delante un plato de beicon, huevos y champiñones, añadiendo luego las tostadas y la mermelada antes de servir el té.


—Siéntese y tome usted también su desayuno —invitó el doctor—, y cuénteme por qué vive aquí sola.


Era como un hermano mayor o un tío amable, así que ella aceptó, mirando cómo saboreaba la comida del plato, con evidente placer, antes de untar una tostada con mantequilla y mermelada. Paula se sirvió una taza de té, pero dijese lo que dijese, no iba a desayunar con él... El médico le pasó la tostada.


—Coma y dígame por qué vive sola.


—¡Pero bueno...! —dijo Paula, pero luego, al encontrarse con su mirada amable, añadió—: Es solo por un mes. Mi madre se ha ido a Canadá a acompañar a mi hermana mayor, que acaba de tener un bebé. Era un momento magnífico para que fuera, ¿Sabe? En verano tenemos muchos huéspedes, así que no estoy sola. Es diferente en el invierno, por supuesto.


—¿No le preocupa estar sola? ¿Y los días y las noches en que nadie viene a alojarse?


—Tengo a Marc —dijo ella, a la defensiva—. Y Félix es una compañía espléndida. Además, está el teléfono.


—¿Y su vecino más próximo? —preguntó él sin alterarse.


—La señora Drew, una anciana que vive después de la curva hacia el pueblo. Además, el pueblo está a menos de un kilómetro —dijo Paula, todavía desafiante.


Él le pasó su taza para que le sirviese más té. A pesar de sus valientes palabras, sospechaba que ella no se sentía tan segura como quería hacerle ver. No era una belleza, pensó, pero tenía unos ojos hermosos y una bonita voz. No parecía interesarse en la ropa; la falda vaquera y la blusa floreada estaban impolutas y recién planchadas, pero pasadas de moda. Sus manos, pequeñas y con una bonita forma, mostraban señales de realizar trabajo físico. 

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