—Se quedará una o dos semanas más. Quizá no pueda volver a visitar a mi hermana hasta dentro de uno o dos años, así que quiere aprovechar.
Durante la comida leyó los anuncios. Había muchos pidiendo camareras: El salario básico era bastante bajo, pero si trabajaba a jornada completa podría apañárselas perfectamente... Stourhead necesitaba dependientas, camareras para el salón de té y empleadas de jornada completa para la taquilla. Y todos los trabajos eran para finales de septiembre. Parecía demasiado bueno para ser verdad, pero de todos modos recortó el anuncio y lo metió en la lata del té con el dinero. Pasó una semana y luego otra. El verano casi había acabado. Oscurecía más pronto y aunque las mañanas todavía eran agradables, el aire estaba más fresco. Había recibido más cartas de Canadá, de su hermana, su madre y su futuro padrastro, y la tercera semana su madre llamó: Ya se habían casado, ya solo era cuestión de vender el negocio de Gerardo.
—No habíamos pensado en casarnos tan pronto, pero tampoco había razón para demorarlo y, por supuesto, me he venido a vivir con él —dijo— . Así es que en cuanto pueda vender el negocio estaremos en casa. ¡Tenemos tantos planes...!
Como la cantidad de turistas se había reducido substancialmente, Paula aprovechó para limpiar y dar brillo a la casa, cosechar lo que quedaba de fruta y meterla en el congelador, y revisar el contenido de los armarios. Pensando en su futuro, inspeccionó también su guardarropa: Una escasa colección de prendas compradas para durar, de buen gusto pero que no hacían nada por favorecer su figura. Durante la semana tuvo solo un puñado de huéspedes y el sábado no llegó nadie. Se sentía deprimida. Seguro que era a causa de la lluvia, se dijo. Ni un rápido paseo con Marc le levantó el ánimo. Antes de la hora de merendar se sentó en la cocina con Félix en el regazo, sin ganas de hacer nada. Se prepararía una tetera, le escribiría a su madre, cenaría pronto y se iría a la cama. Pronto comenzaría otra semana y, si el tiempo mejoraba, habría más turistas. Además, tenía montones de cosas que hacer en el jardín. Escribió la carta, muy alegre y divertida, mencionando apenas el reducido número de huéspedes, y resaltando la espléndida cosecha de manzanas y fruta de verano. Cuando acabó, se quedó sentada a la mesa, diciéndose que pondría el agua para el té. No era una persona dada a auto compadecerse, pero al ver lo incierto que se le presentaba el futuro, se echó a llorar silenciosamente y sin alharaca, con Félix en el regazo y la cabeza de Marc apoyada contra su pierna. No hizo esfuerzos por detenerse, no había nadie que la viese y, con aquella manera de llover, nadie iría a pedirle alojamiento. El doctor Alfonso tenía el fin de semana libre, pero no lo estaba pasando demasiado bien. El sábado comió con amigos, entre los cuales se encontraba Sofía Potter-Stokes, una joven y elegante viuda a quien encontraba cada vez con más frecuencia en su círculo de amigos. Ella le causaba una ligera pena, a la vez que admiración por el valor con que sobrellevaba su situación. Y lo que se había iniciado como una amistad intrascendente iba camino de convertirse en algo más serio, al menos por parte de ella.
Casi sin darse cuenta, el sábado se encontró llevándola en el coche a Henley después de comer y allí se vió obligado a quedarse a tomar el té. Cuando volvían a Londres, ella le propuso cenar juntos. El arguyó un compromiso previo y se fue a su casa sintiendo que había desperdiciado el día. Era una compañía divertida, guapa y bien vestida, pero más de una vez se había preguntado cómo sería. Disfrutaba viéndola de vez en cuando, pero eso era todo... Sacó a Tiger a dar un largo paseo el domingo por la mañana y después de comer se subió al coche. No estaba el tiempo como para salir a pasear y ella lo miró con desaprobación.
—Supongo que no irá a Glastonbury con este tiempo, ¿Verdad, señor? —comentó.
—No, no. Sólo un paseo en el coche. Para la cena, déjame preparado algo frío, ¿Quieres?
Bernardo pareció ofenderse. ¿Cuándo se había olvidado él de dejar todo listo antes de irse?
—Como siempre, señor —le dijo reprobadoramente.
Cuando se dió cuenta de que se dirigía al oeste por las tranquilas calles de la ciudad, el doctor Alfonso reconoció que sabía adonde iba. La cuidada belleza de Sofía Potter-Stokes le había recordado a Paula.
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