jueves, 7 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 33

 —Una obra, ¡Qué listos son! —alabó él.


—Tienes que poner tu voz más grave —le advirtió Nicolás.


Pedro dió golpecitos a su papel, pensativo.


—¿Han cambiado mucho mi historia?


—¡Muchísimo! —exclamó Camila, señalando el guión—. Lo tienes todo ahí escrito. Hemos creado una historia completamente nueva, para que podamos tener al búho y al ratón, además de una rana, un wombat y un cerdo. Todo el mundo tiene un papel.


Pedro pareció a punto de enfermar. Contempló el guión en sus manos, luchando contra el pánico. Como siempre, entendía alguna palabra, pero el resto no sabía lo que decían. No podía respirar. El corazón iba a estallarle. «Tengo que tranquilizarme. No puedo perder el control».


—No se puede hacer una obra de marionetas sin marionetas, y no tienen una de un búho, ¿Verdad? —dijo, con tanto desenfado como pudo—. Tendré que fabricar una antes de la función.


—No hace falta, papá —dijo Nicolás—. Cecilia ya nos ha hecho uno con un cubreteteras.


Pedro conocía bien el cubreteteras que Janet solía usar, seguro que resultaba una perfecta marioneta de búho.


—Esto de la obra suena genial —intervino Paula—. Pero ahora, su padre y yo tenemos que recoger las cosas del coche, y luego asearnos para la cena.


Agradecido por su intervención, Pedro fue a por las mochilas. Sorprendido, vió que Paula lo acompañaba.


—Haz que te llamen por teléfono —le sugirió ella, mirándolo con determinación—. Si uno de tus amigos te llama justo después de cenar, con una importante llamada de negocios que tendrás que atender en tu estudio, te perderás las marionetas, pero los mellizos superarán su decepción.


Pedro se la quedó mirando, atónito. Paula sonrió y le tocó en la muñeca.


—Cecilia y yo participaremos en la obra. Se irán a dormir felices.


Cielos, Paula conocía su secreto. Pedro sintió un nudo de vergüenza en la garganta. Esa mañana, la había besado para evitar hablar de ello. Y, a punto de quedar en ridículo delante de sus hijos, ella estaba ofreciéndole una salida. Tuvo que controlarse para no abrazarla.


—Tienes razón. Una llamada es una buena idea. Gracias —dijo, bastante bruscamente.


Cerró la puerta de la camioneta y se echó la mochila al hombro. Conforme volvían juntos a la casa, no fue capaz de mirar a Paula. Le costaba admitir que la vergüenza que había encubierto con éxito durante más de veinte años, había quedado expuesta. Se sentía un fraude. Ella acababa de salvarle, pero ¿Qué pasaría la próxima ocasión? No podía seguir ocultando la verdad a sus hijos. El destino más temido, estaba allí, y no tenía más opción que prepararse para la humillación.  Alrededor de las ocho y media, Paula llamó a la puerta del estudio.


—Soy yo —anunció.


—Entra, está abierto.


Abrió y encontró a Pedro sentado frente a su escritorio, iluminado por una lámpara. Le vió ponerse en pie tenso. Parecía que en la última hora y media, después de la cena, hubiera envejecido repentinamente.


—¿Ya se han dormido los mellizos? —preguntó.


—En la cama están.


—¿Y felices?


—Como perdices —respondió Paula, y sonrió como si no hubiera ningún problema—. Les ha entristecido que no pudieras compartir la diversión, pero han comprendido lo de la llamada de teléfono.


—Gracias —dijo él, con extraña formalidad.


—Camila y Nicolás han considerado la función de hoy como un ensayo general —le advirtió ella.


Pedro intentó sonreír.


—Entonces, ¿Planean seguir haciendo la gran actuación?


—Eso me temo. Con todo el reparto, incluido el héroe, el Búho Hector.


—¿Cuándo? ¿Mañana por la noche? —preguntó él, sonriendo levemente.


—Así lo esperan.


Paula lo vió asentir sombrío, y estuvo a punto de echarse a llorar.


—No te preocupes, Pedro —se apresuró a decir—. Puedo ayudarte con esto. De hecho, se me da bastante bien este tipo de problema.


Él negó con la cabeza.


—Estoy seguro de que eres una profesora brillante, pero…


—Antes de que continúes, mira esto.


Sacó una hoja de papel de un bolsillo y se la tendió. Inspiró hondo. Estaba tan nerviosa como él. Pedro desdobló el papel y lo ojeó. Frunció la boca.


—¿Qué es esto? —inquirió, entre la furia y la desesperación.


—Es tu poema, Pedro. Lo he fotocopiado para tí.


—¿Mi poema? —cuestionó él, mirándola incrédulo, pero se fijó en el papel de nuevo. 

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