«¿Tú quieres que me quede?».
Pedro contuvo un gemido de frustración. Por supuesto que quería que Paula se quedara, pero eso significaba pedirle que renunciara a todo: su empleo, su hogar… Y que se comprometiera con su estilo de vida en el outback, sus hijos, su rancho. Y significaba llevar su relación a otro nivel, de mucho mayor compromiso. Se había jurado que nunca volvería a arriesgarse. Tanto su madre como Lara habían sido infelices en aquel lugar. No soportaría que a Paula también le sucediera. Ella reunía todo lo que deseaba en una esposa: era divertida y encajaba en Jabiru Creek como si se hubiera criado allí. Los mellizos la adoraban. Cecilia y Leonardo la adoraban. Él le debía mucho: Le había quitado un enorme peso de encima, le había enseñado que su futuro no estaba limitado por su pasado. Y además, era dulce, sexy… Se había ganado un lugar en su corazón. La deseaba. Había sido una tortura verla con aquel vestido rojo y tener que mantener las distancias. No dejaba de imaginarse desvistiéndola, lentamente, cubriéndola de besos hasta que ambos enloquecieran de deseo, y haciéndole el amor. Tierna o apasionadamente, lo que ella deseara. Pero no podía recrearse en sus fantasías egoístas. Tenía que ser práctico, pensar con claridad y recordar que, en lo relativo a mujeres, se había equivocado demasiadas veces. En algún momento, Paula se cansaría de aquello y querría regresar a su vida anterior. Debía ser fuerte y no tratar de aprisionarla. Debía enviarla a la brillante carrera que le esperaba en Estados Unidos. Hundió las manos en los bolsillos para evitar tocarla.
—No puedo pedirte que te quedes, Paula.
Ella elevó la vista, e iba a hablar, cuando él hizo un gesto para acallarla. Ya que había empezado, tenía que decirlo todo.
—Sé que mis hijos son muy importantes para tí; los echarás de menos y ellos, sin duda, a tí. Pero me esforzaré al máximo por ellos, Paula. Tú nos has enseñado el camino a seguir.
Tuvo que tragar saliva para aliviar el nudo de su garganta.
—Creo que me las arreglaré bien a partir de ahora. Siempre te estaremos enormemente agradecidos.
Vió que ella estaba a punto de llorar, y sintió que le fallaba el valor.
—Te espera un buen empleo, tu familia, y una vida maravillosa en Estados Unidos —se apresuró a decir, antes de cambiar de idea—. Sabes que no podría pedirte que renunciaras a eso.
Ella estaba muy quieta, con la mirada perdida y abrazada a su estómago, como protegiéndose.
—Cuando te llamaron por teléfono en el aeropuerto, ofreciéndote ese empleo, se te iluminó el rostro como si acabaras de ganar una medalla de oro. Sé lo importante que es para tí.
Paula abrió los ojos sorprendida, como si lo hubiera olvidado.
—Necesitas regresar a casa, Paula.
—Quieres que me vaya —afirmó ella, más que preguntarlo.
—Lo que no quiero es que te quedes aquí atrapada.
La vió entrecerrar los ojos y creyó que iba a seguir discutiendo, pero ella forzó una sonrisa, agarró la lista que acababan de escribir, y salió casi corriendo de la habitación. Pedro la observó marcharse. De pronto, le pareció que el corazón se le había vuelto tan duro como una piedra.
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