A la mañana siguiente había colegio, y Paula agradeció la rutina del desayuno, hacer las camas y preparar la clase. Pedro había desayunado y salido antes de que los niños y ella se despertaran, así que no tuvo que encontrárselo en la cocina. Lo cual era bueno. Si lo hubiera visto, se habría ruborizado. ¿Y quién no, después de la noche anterior? Tenía todo el día para tranquilizarse y convencerse de que eso había sido una celebración, nada más. Ambos se habían emocionado al ver el gran avance de Pedro y se habían dejado llevar. Pero debía recordar que él no estaba buscando una relación seria. Lo de la noche anterior había sucedido probablemente porque era la única mujer joven en muchos kilómetros a la redonda. En cuanto a ella, concluyó que hacer el amor con Pedro había sido un paso necesario en su recuperación del fracaso con Daniel. Como un tónico curativo. O al menos, eso era de lo que intentaba convencerse, aunque nada más despertarse por la mañana, se había recreado en todos los detalles de la maestría de Pedro al hacer el amor. Pero debía aparcar esos recuerdos. Era hora de mirar con perspectiva las últimas semanas que le quedaban con Pedro y sus hijos. En un mes, o tal vez menos, una nueva niñera, australiana, ocuparía el puesto de profesora en el estudio de él, participaría en las obras de marionetas y, sin duda, sería llevada a contemplar el hermoso cañón. Tal vez incluso montara a caballo con Pedro y los mellizos. Su futuro estaba en Estados Unidos, en una nueva ciudad y un nuevo colegio, se recordó. Ahí se le abrirían multitud de oportunidades. Tal vez incluso encontrara un nuevo hombre. ¿Por qué no se sentía más feliz?
—Creo que ambos estamos de acuerdo en que lo de anoche no puede repetirse, ¿Verdad?
Paula había pasado el día entero ensayando esas palabras y, cuando se encontró con Pedro por la noche para una nueva clase de lectura, agradeció poder pronunciarlas. Especialmente, dado que entre ellos saltaban más chispas que la noche anterior.
—Ambos sabemos que entre nosotros no podría haber más que una aventura — añadió—. Y las aventuras son…
—¿Divertidas? —sugirió Pedro, con una sonrisa difícil de interpretar.
—Iba a decir peligrosas —replicó ella, sentada en el sofá, muy remilgada—. Después de todo, soy la niñera de tus hijos.
—Eso es cierto —reconoció él, poco convencido.
—Tenemos que pensar en ellos —añadió Paula, antes de olvidarse de su prudencia—. Podría ocurrir un desastre si se dieran cuenta de que entre nosotros hay algo.
—Puede que tengas razón —dijo él, suspiró y apretó suavemente su mano—. Supongo que los profesores siempre sois juiciosos y correctos.
Al sentir su cálida mano, Paula estuvo a punto de lanzarse en sus brazos. Una vez más. Menuda hipócrita estaba hecha. Gray estaba de acuerdo con ella, y se sentía decepcionada. Nunca había experimentado un sexo tan excitante, no sabía que podía ser tan apasionada. Pero tenía que olvidar su libido reactivada y recordar por qué había empezado aquella conversación.
—Los niños no suelen comprender las relaciones fortuitas, no es saludable para ellos. Y después de lo que ambos han pasado…
Pedro asintió y frunció el ceño.
—No sé qué decir. Tengo que agradecerte tanto, Paula… —dijo, con sonrisa triste, y le recogió el cabello detrás de la oreja—. Anoche fue maravilloso, especial. No deberíamos considerarlo un error. Necesitamos que nuestra amistad dure mucho tiempo.
—Sí —dijo ella, con un hilo de voz.
—Lo que estás haciendo por mis hijos es más importante que nada.
Decidida a no llorar, Paula habló sin mirarle.
—Mi trabajo es preparar a Camila y Nicolás para su nueva niñera.
Sintió alivio al ver que Pedro estaba de acuerdo. O al menos, lo sentiría una vez de regreso en su casa, y embarcada en su nueva carrera. El asunto de la niñera sustituta cobró relevancia dos semanas después. Habían comenzado el día muy bien, cuando el avión del correo semanal aterrizó con sus periódicos, cartas, catálogos y paquetes. Se trataba de un acontecimiento social, y Paula y los niños se acercaron a saludar a Jorge, el cartero, y los pasajeros que llevara. A veces, Jorge tenía tiempo para tomarse un té, pero esa semana llevaba prisa, ya que tenía que entregar unas piezas de motor en otro rancho.
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