jueves, 14 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 44

Paula logró llegar a su habitación sin llorar, pero temblaba de pies a cabeza. En toda su vida, nunca había sentido tal desesperación. Y ni siquiera sabía cómo había llegado a ese punto. Hasta aquella noche, no había sido consciente de lo mucho que deseaba quedarse en Jabiru. Su felicidad dependía de ello. Pero sólo se quedaría si Pedro correspondía a sus sentimientos. Esa noche, sólo había hablado de las necesidades de sus hijos. ¿Acaso no sabía que ella lo amaba? No sabía cuándo había sucedido. ¿Había sido esa noche, al abrazarse? ¿O mientras escribía el fatídico anuncio? ¿O había empezado en la excursión al cañón? ¿Por qué no había tenido más cuidado? Desde el principio, sabía que él nunca se arriesgaría a casarse de nuevo, y menos con otra estadounidense. Porque, si le pedía que se quedara, se sentiría obligado a casarse. ¿Cómo permitía que le ocurriera de nuevo, tanto sufrimiento?, se reprochó. Aunque en aquella ocasión, era mucho peor que la ruptura con Daniel. Cuando se marchara de Jabiru, dejaría allí una parte de su alma. Pasó un siglo antes de que se levantara de la cama, se quitara cuidadosamente el precioso vestido y lo colgara en la percha. Luego, se puso el pijama y fue al baño a desmaquillarse, creyendo que la rutina le ayudaría. No fue así. Se metió en la cama y, sabiendo que no podría concentrarse en la lectura, recordó cada palabra de la conversación con Pedro. Luego, apagó la luz, hundió el rostro en la almohada y dió rienda suelta a sus lágrimas. 


—Ahora se te ve mucho más cómodo y confiado con tus hijos —alabó Paula, varias tardes después—. Las clases de hípica han marcado una considerable diferencia. Ahora, ellos son unos niños del outback en condiciones, y tú te las arreglarás bien solo.


—No creo que aún esté preparado para quedarme solo.


—Por supuesto que lo estás —le aseguró—. Has avanzado mucho con la lectura, ahora es cuestión de práctica. Deberías leerles a Camila y Nicolás. Les encantaría.


Pedro sonrió.


—Siento como si me hubiera quitado una pesada carga de encima.


—Me alegro —dijo ella, e ignoró los nervios que le encogían el estómago—. De hecho, con el nuevo giro que han dado las cosas, tendrás que apañártelas solo muy pronto.


—¿Qué nuevo giro? —preguntó él, frunciendo el ceño.


—He recibido un correo electrónico de la directora del nuevo colegio, quieren que empiece antes de lo que habíamos planeado en un principio.


Pedro se la quedó mirando, atónito, y luego entrecerró los ojos con suspicacia. Paula contuvo el aliento. ¿Adivinaría que ella había orquestado ese cambio? Quedarse en Jabiru Creek se había convertido en una tortura. Cada puesta de sol, cada comida en familia, cada clase a solas con él, le recordaban lo que iba a perder. Desesperada, había escrito a la directora, avisándola de que podía comenzar antes, si ellos querían.


—¿Por qué tanta prisa? —inquirió él, con un hilo de voz.


—Un benefactor ha fallecido, dejando una gran suma de dinero a la biblioteca del colegio, así que les gustaría que me incorporase antes, para ir comprando libros para el nuevo año escolar —explicó ella, forzando una sonrisa—. Voy a gastar dinero a mansalva, qué suerte.


Vió que Pedro se dejaba caer en su silla, con una expresión sombría que agradeció, pero ya no se engañó con que aquella tristeza significara algo más. Su marcha antes de tiempo era un inconveniente, pero él se las apañaría. Al igual que Camila y Nicolás. Tenían un padre que los amaba y haría lo que fuera por ellos. El anuncio buscando nueva niñera había sido publicado en varios periódicos y páginas de Internet, así que ese asunto ya estaba en marcha. Hasta que la nueva llegara, Cecilia aprendería a conectarse cada mañana al Colegio del Aire. Para Paula, salir de allí cuanto antes se había convertido en una necesidad.


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