Tomaron el té en el salón y hablaron de Canadá, del viaje y de los planes para establecer los cultivos.
—No tendremos más huéspedes —dijo la señora Martínez—. Gerardo quiere comenzar cuanto antes. Si construimos un invernadero pronto, podremos estar listos para hacer algunas ventas en Navidad.
—¿Dónde lo vas a instalar? —preguntó Paula—. Hay mucho sitio detrás del huerto.
Gerardo había inspeccionado la propiedad antes de tomar el té.
—Araré ese terreno y allí plantaré los cultivos de primavera. El invernadero lo construiré donde está el huerto. Las manzanas no producen dinero y algunos árboles ya parecen poco productivos. Acabaremos de recoger la cosecha y los talaremos. Hay mucho terreno allí, bueno para guisantes y judías. Tu madre me ha dicho que eres muy trabajadora en la casa y la huerta —dijo mirando a Paula—. Entre los dos podremos apañárnoslas para comenzar algo. Luego contrataré a un hombre con un tractor que nos haga el trabajo duro; lo más sencillo lo podrás hacer tú.
Paula no respondió. Para empezar, se encontraba demasiado sorprendida y molesta. Y además, era un poco pronto para hacer semejantes planes. ¿Y la sugerencia de su madre de que estudiase algo? Y no estaba de acuerdo con ellos. El huerto siempre había estado allí, mucho antes de que ella naciese. Todavía producía una buena cosecha y en la primavera estaba tan hermoso en flor... Miró a su madre, que estaba feliz y asentía con admiración a las palabras de su flamante marido. Más tarde, cuando preparaba la cena, él entró a la cocina.
—Tendremos que deshacernos de ese gato. No los puedo soportar. Y el perro ya está un poco viejo, ¿No? Los animales no se llevan bien con las huertas, al menos así lo creo yo.
—Félix no molesta en absoluto —dijo Paula sin levantar la voz, intentando parecer amistosa—. Y Marc es un buen perro guardián, no deja que nadie se aproxime a la casa.
—Ah, no hay prisa —se apresuró a decir él cuando vió la expresión del rostro de Paula—. Me llevará un mes o dos organizar todo como a mí me gusta —añadió, intentando también parecer amistoso—: Ya verás qué éxito. Tu madre puede ocuparse de la casa y tú, trabajar en la huerta la jornada completa. Incluso más adelante podremos tomar a alguien para que nos eche una mano durante la cosecha, así podrás salir con tus amigos...
Lo dijo como si le hiciese un favor, y el rechazo que Paula sentía por él se intensificó, pero no permitió que se notase. A aquel hombre le gustaba que todos hiciesen lo que él quería. Quizá fuese un buen esposo para su madre, pero no sería un buen padrastro...
Durante los siguientes días no pasó nada especial: Hubo que deshacer mucho equipaje, escribir cartas e ir al banco. El señor Martínez había hecho una transferencia bastante cuantiosa desde Canadá y no perdió tiempo en buscar mano de obra en el pueblo. También fue a Londres a reunirse con personas que le habían recomendado para darle financiación, en caso de que la necesitase. Mientras tanto Paula ayudaba a su madre en la casa e intentaba averiguar si esta había tenido idea de que ella estudiase y luego había cambiado de parecer ante la insistencia de su esposo. La señora Martínez era una madre cariñosa, pero fácilmente influenciable por alguien con una personalidad más fuerte que la suya. ¿Qué prisa tenía?, le preguntó. Unos meses más en casa no supondrían ninguna diferencia y sería de gran ayuda para Gerardo.
—Es un hombre tan maravilloso, Paula, y seguro que cualquier cosa que haga será un éxito.
—Es una pena que no le gusten Marc y Félix —dijo ella con cautela.
—Oh, cielo, nunca les haría daño —rió la madre.
Quizá no, pero según pasaban las semanas, ambos animales comenzaron a estar la mayor parte del tiempo fuera de la casa y solo entraban a comer. Paula hacía cuanto podía y trabajaba sin descanso. Era obvio que el señor Martínez estaba dispuesto a pasar por encima de quien se atravesase en su camino. Para no molestar a su madre, no hizo ningún comentario. Estaba claro que él quería a su madre, pero consideraba a los dos animales y a ella superfluos en su vida. Ésta se dió cuenta de que tenía que hacer algo cuando se lo encontró golpeando a Marc y luego, dando un puntapié a Félix. Se inclinó para levantar al tembloroso gato y le pasó un brazo por el cuello al perro.
—¿Cómo te atreves? ¿Qué te han hecho? Son mis amigos y los quiero —los defendió apasionadamente—. Han vivido aquí toda su vida.
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