jueves, 14 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 41

Con la garganta seca y las manos sudorosas, recorrió el pasillo y llamó a la puerta.


—La cena está casi lista —informó.


La puerta se abrió y Paula se mostró hasta la cintura. Estaba bellísima. Siempre era guapa, pero se había hecho algo especial en el cabello, y se había maquillado. El resultado era arrebatador.


—Estás estupenda —murmuró él.


—El vestido es perfecto —dijo ella—. Pero tengo un problema.


Sonriendo tímidamente, abrió la puerta. El vestido le sentaba de maravilla. Paula parecía una estrella de cine, excepto… Pedro clavó la vista en sus pies. Llevaba deportivas.


—¿No quedan muy bien, verdad? —inquirió ella, algo avergonzada—. No he traído tacones, Pedro. Venía al outback, así que sólo tengo deportivas y botas.


Él contuvo una carcajada.


—Es culpa mía —dijo—. Debería haber encargado también los zapatos.


Y entonces, como si fuera lo más natural del mundo, la abrazó. Se recreó en su cabello, sedoso y fragante, en su piel suave, en la forma en que el vestido moldeaba sus curvas… En un segundo, se vio abrumado por el deseo que llevaba conteniendo desde su noche juntos. Desgraciadamente, lo que tenía ganas de hacer arruinaría el maquillaje e incluso el vestido… Se separó antes de que su fuerza de voluntad flaqueara.


—Creo que ese calzado es perfecto para hoy —le murmuró al oído—. A todo el mundo le va a encantar tu look.


Tal vez fuera mejor no haberse puesto tacones, pensó Paula, camino de la cocina. Aún le temblaban las piernas tras el maravilloso abrazo, que había despertado cada recuerdo de su única noche juntos: el aroma de su piel, la firmeza de su cuerpo, la intimidad de sus caricias y los increíbles fuegos artificiales entre ambos. Afortunadamente, para cuando llegaron junto a los demás, había respirado hondo y estaba más tranquila. Las deportivas supusieron una buena distracción. Todo el mundo sonrió comprensivo y alabaron lo bien que le sentaba el vestido. Paula se sintió realmente la invitada de honor.  La cena estuvo deliciosa, y todo el mundo disfrutó de haberse engalanado y cenar en el comedor. Toda la velada, Paula fue muy consciente de Pedro. Cada vez que sus miradas se cruzaban, un cosquilleo le recorría la piel. Él también recordaba todo lo que se suponía que debían olvidar. Le supuso un alivio, al final de la cena, ofrecerse a recoger la mesa.


—No tienes que hacerlo, Paula —protestó Cecilia.


—Ya lo creo. Llevas todo el día preparando esto, y te estoy muy agradecida. Pero ahora voy a recoger todo mientras Pedro les cuenta un cuento a los niños antes de dormir. Tú vete a casa, a descansar.


Paula no comprobó qué le parecía el asunto a Pedro. Necesitaba quedarse sola un rato, por simple autoprotección.


—Eres un tesoro —alabó Cecilia—. Admito que los juanetes me están matando. Pero, al menos, usa el delantal.


Paula seguía con el delantal puesto cuando Pedro regresó a la cocina al cabo de media hora, justo cuando ella terminó de recoger. Con el enorme delantal, los guantes y las deportivas, no resultaba nada glamurosa, pensó ella. Mejor así. Había pasado una velada encantadora, con un vestido precioso, pero era hora de regresar a la tierra. Pedro se había quitado la corbata y soltado el primer botón de la camisa. Seguía igual de atractivo.


—Esta noche eres una auténtica Cenicienta —comentó—. Vuelves a casa del baile y te metes en la cocina.


Paula se quitó los guantes de goma y sonrió.


—No me importa. Es lo menos que podía hacer después de la fabulosa cena que ha preparado Cecilia.


Quitarse el delantal con Pedro mirándola fijamente fue casi como hacer un striptease. Se concentró en no ruborizarse conforme colgaba el delantal en su lugar.


—Creo que ese vestido es la mejor compra que he hecho en mi vida —aseguró Pedro, viéndola de espaldas.


—Ha sido todo un detalle que me compraras algo tan hermoso —respondió ella, concentrándose para mantener la calma.


—Tú sí que has tenido un gran detalle renunciando a tus vacaciones para ayudar a los niños. Y ahora, también estás ayudándome a mí…


Paula se giró lentamente, y se encontró con la intensa mirada de él. Clavó la vista en sus deportivas, eso la tranquilizaría.


—No siento que haya renunciado a nada. Quiero a Camila y a Nicolás, y…


Se contuvo antes de decir algo que luego lamentara. 

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