jueves, 28 de abril de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 12

 —Pues mucho más no vivirán aquí si de mí depende. Soy el jefe y no me gustan los animales, así que será mejor que te enteres de ello —replicó su padrastro mirándola fijamente antes de marcharse.


Paula supo entonces que tenía que actuar rápidamente. Salió al huerto, ya lleno de ladrillos y bolsas de cemento, y se sentó con sus dos animales, analizando y descartando varios planes, hasta que tuvo el germen de una idea sensata. Pero primero necesitaba dinero y luego, buscar el momento oportuno... Como si la providencia aprobase sus esfuerzos, logró ambas cosas. Esa misma noche su padrastro anunció que tenía que marcharse a Londres por la mañana, a ver a un posible comprador para cuando tuviese su producción en marcha, y por ello se iría a la cama temprano. Sola con su madre, aprovechó aquella oportunidad única.


—Me pregunto si podrías darme un poco de dinero para ropa, mamá. Desde tu viaje a Canadá no me he comprado nada...


—Por supuesto, cielo. Tendría que habérseme ocurrido a mí. Te fue tan bien con los huéspedes... ¿Hay algo de dinero en la lata del té? Usalo, cariño. Le pediré a Gerardo que te dé una asignación, es tan generoso...


—No, no lo molestes, mamá. Habrá suficiente en la lata —dijo y la miró a los ojos—. Eres muy feliz con él, ¿Verdad, mamá?


—Ay, sí, Paula. Nunca te lo dije, pero odiaba vivir aquí las dos solas, con lo justo para llegar a fin de mes, sin un hombre. Cuando fui a casa de tu hermana me dí cuenta de lo que echaba en falta. Y he estado pensando que quizá sería una buena idea que comenzases a estudiar algo...


Paula asintió, pensando que su madre no la extrañaría... Al rato, su madre se fue a la cama y ella se ocupó de los animales y luego contó el dinero de la lata del té. Había más que suficiente para su plan. Se fue a su habitación y sin hacer ningún ruido metió su ropa en una bolsa, incluyendo la de lana, ya que pronto comenzaría a hacer frío. Una vez en la cama repasó su plan: Parecía que todo estaba bien, así que cerró los ojos y se durmió. Por la mañana se levantó pronto a prepararle el desayuno a su padrastro, asegurándose de que los animales no estuviesen en la cocina cuando bajase. Cuando se fue, se hizo el desayuno, dió de comer a los animales y se vistió. Su madre bajó y cuando estaban tomando el café, dijo que pensaba pedirle al cartero que la llevase a Castle Cary.


—Tengo tiempo de vestirme antes de que llegue. Me gustaría ir a la peluquería. ¿Te parece bien, cielo?


Parecía que todo se combinaba para que se fuese, reflexionó Paula. Y cuando su madre, ya lista, esperaba al cartero, ella le recordó que se llevase una llave.


—Quizá salga a dar un paseo.


Cuando llegó el cartero, Paula ya había lavado las tazas del desayuno y ordenado la casa. Despidió a su madre con un cariñoso beso y un abrazo. Media hora más tarde, subía al taxi que había pedido. Llevaba a Félix en una cesta, Marc atado a su correa, la bolsa con su ropa y un bolso de mano. Le había escrito una nota de despedida a su madre diciéndole que no se preocupase por ella. "Ambos lograrán que la huerta sea un éxito y les resultará más sencillo si Félix, Marc y yo no estamos por en medio", concluyó. El taxi los llevó a Gillingham, donde tuvo la suerte de abordar el tren a Londres y, una vez allí, tomar un taxi a la estación de autobuses de Victoria, para entonces, se había dado cuenta de que sus planes, tan sencillos en teoría, estaban plagados de posibles desastres. Pero ya no había vuelta atrás. Compró un billete a York, tomó una taza de té, les dió a los animales agua y leche respectivamente y se subió al autobús. Estaba medio vacío y el conductor era amable, así que se sentó con Marc a sus pies y Félix, dentro de su cesta, en el regazo. Estaban un poco apretujados, pero al menos todos juntos... Llegarían a York a eso de las ocho y media de la noche. Ojalá que la tía Teresa les ofreciese un techo.


—Tendría que haberla llamado por teléfono —murmuró Paula—, pero había tanto en que pensar en tan poco tiempo...


A Paula, normalmente sensata y prudente, no se le habían ocurrido todos aquellos imprevistos antes, pero le quedaba un poco de dinero, era joven, podía trabajar y, lo más importante de todo, Félix y Marc seguían vivos. Llamó por teléfono al llegar. 

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