jueves, 21 de abril de 2022

Juntos A La Par: Capítulo 1

Se cernía una tormenta: El cielo azul de la tarde veraniega desaparecía poco a poco tras negros nubarrones, claro anuncio de lluvia sobre la placida campiña de Dorset. La joven, que estaba recogiendo la ropa seca de la cuerda, oteó el horizonte antes de entrar con la cesta llena en la cocina. Era una joven no muy alta de agradables curvas, y si bien su rostro no era bonito, tenía unos hermosos ojos castaños. Llevaba el cabello, de color cobrizo, recogido en un moño alborotado en la coronilla y un vestido de algodón bastante usado. Dejó la cesta en el suelo, cerró la puerta y fue a buscar velas y cerillas. Luego buscó dos quinqués, porque lo más probable era que hubiese un corte de luz durante la tormenta. Avivó el fuego de la cocina de leña, puso el agua a hervir y dirigió luego su atención al viejo perro y al gato, lleno de cicatrices de guerra, que esperaban pacientemente su comida. Al tiempo que les llenaba sus cuencos respectivos les habló, porque la inquietaba la extraña quietud que precedía a la tormenta. Hizo el té y se sentó a beberlo mientras los primeros goterones comenzaban a caer. Con la lluvia se levantó un viento que le hizo recorrer la casa cerrando ventanas. Un relámpago relució en el cielo y lo siguió un trueno ensordecedor.


—Bueno, seguro que con esta tormenta ya no vendrá nadie —les dijo la joven a los animales, de nuevo en la cocina.


Se sentó a la mesa y el perro se tumbó a su lado. El gato le saltó al regazo. Cuando la bombilla titiló, encendió una vela antes de que la luz se apagase del todo. Hizo lo mismo con los quinqués, llevó uno al vestíbulo y volvió luego a la cocina. Lo único que podía hacer era esperar que pasase la tormenta. Retumbó otro trueno y en el silencio que lo siguió se oyó el timbre de la puerta, tan inesperado que ella se quedó sentada un momento, sin poder dar crédito. Pero cuando el timbre volvió a sonar, la joven se apresuró a dirigirse a la puerta con el farol en la mano.  Había un hombre en el porche. La joven levantó el quinqué alto para poder verlo bien. Era muy alto, le sacaba más de una cabeza.


—He visto el cartel. ¿Nos puede alojar esta noche? No quiero seguir conduciendo con esta tormenta.


Hablaba pausadamente y parecía sincero.


—¿Cuántos son?


—Mi madre y yo.


—Adelante —dijo ella, quitando la cadena para abrir la puerta. Miró más allá de él y preguntó—: ¿Ese es su coche?


—Sí. ¿Tiene garaje?


—Al costado de la casa hay un granero. Tiene la puerta abierta. Hay mucho espacio.


Él asintió con la cabeza y volvió al coche para ayudar a su madre a bajarse.


—Vuelva a entrar por la puerta de la cocina —dijo la joven, guiándolos hasta el recibidor—. Enseguida le abro. Al salir del granero, es la puerta que verá cruzando el patio.


El hombre volvió a asentir con la cabeza y salió. Un hombre de pocas palabras, supuso ella. Se dió la vuelta para mirar a su segundo huésped. Era una mujer alta y guapa de cerca de sesenta años, que vestía con discreta elegancia.


—¿Quiere ver su habitación? ¿Y desearían algo de comer? Ya es tarde para ponerse a cocinar, pero les puedo hacer una tortilla francesa o huevos revueltos con beicon.


—Soy la señora Alfonso —se presentó la señora, extendiendo la mano—, con dos efes. Mi hijo es médico. Me llevaba al otro lado de Glastonbury, pero se ha hecho imposible conducir con estas condiciones. Su cartel fue como un regalo del cielo —tenía que levantar la voz para que se la oyese por encima del ruido de la tormenta.


—Yo soy Paula Chaves—dijo la joven, estrechándole la mano—. Siento que tuviesen un viaje tan desagradable.


—Odio las tormentas, ¿Usted no? ¿Está sola en la casa?


—Pues sí, estoy sola. Pero tengo a mi perro Marc y a Félix, el gato —doctor Alfonso? Luego pueden decidir si quieren comer algo. Me temo que tendrán que subir a sus habitaciones con una vela dijo Paula y titubeó—. ¿Quiere pasar al saloncito hasta que vuelva el doctor Alfonso? Luego pueden decidir si quieren comer algo. Me temo que tendrán que subir a sus habitaciones con una vela.

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