martes, 19 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 47

Había un sobre blanco en el suelo, junto a la puerta. Paula lo vió, debía de ser una factura del hotel y estaba demasiado triste para preocuparse por eso. Pasó por encima, diciéndose que se encargaría de ello por la mañana. Se metió en el lujoso cuarto de baño, con su enorme bañera. Un baño caliente le ayudaría a dormir. Abrió el grifo y echó sales con olor a jazmín y rosas. De pronto, recordó algo del pequeño sobre. Tal vez debería mirarlo de nuevo. Dejando el agua correr, regresó al vestíbulo de su habitación. Su nombre estaba escrito a mano en el sobre con una caligrafía torpe. Lo recogió con el corazón disparado. «Tranquilízate». No era una factura del hotel, sino lo último que habría esperado encontrarse. Le temblaban tanto las piernas que tuvo que apoyarse en la pared antes de leerlo. Era un mensaje muy sencillo: "Por favor, quédate. Te amo. P". Tuvo que taparse la boca para no gritar. Se le nubló la visión, y el corazón se le aceleró. ¿Cómo había llegado allí esa nota? ¿Dónde estaba Pedro? De pronto, oyó un goteo. «Maldición». El agua estaba rebosando la bañera. Corrió a cerrar el grifo, justo cuando sonaba el teléfono de su habitación.


—Lo siento, caballero. Todavía no responde nadie en la habitación 1910.


Pedro le dió las gracias y se retiró a una esquina del vestíbulo del hotel. No sabía cuánto más podría estar allí. Casi era medianoche. Había salido un par de veces a dar un paseo, pero al regresar siempre había llamado a la habitación. ¿Dónde estaba Paula? Empezaba a perder la esperanza.


—¿Señor Alfonso?


Pedro se volvió y vio a uno de los empleados del hotel.


—Sí, soy yo.


—La señorita Chaves ha regresado. Ha llamado a Recepción y ha dejado un mensaje para usted —informó, tendiéndole un papel doblado. 


Pedro lo abrió y quiso morirse. Era una nota manuscrita, y no entendía la caligrafía. El empleado estaba alejándose, así que corrió tras él.


—Disculpe.


—¿En qué puedo ayudarle, caballero? —preguntó el hombre, girándose.


Pedro se ruborizó y sintió un nudo en la garganta. En el pasado, no se habría sometido a esa vergüenza, se habría rendido antes de exponer su incompetencia. En aquella ocasión, le tendió la nota con mano temblorosa.


—¿Podría decirme lo que pone?


El empleado disimuló su sorpresa con profesionalidad.


—Por supuesto. Le pido disculpas por mi mala letra —dijo, y carraspeó—. La nota dice: "Perdona por no haber estado cuando llamaste. Ya he vuelto a mi habitación. Sube, por favor".


Paula estaba esperando junto a la puerta, y la abrió a la primera llamada. Pedro, con un traje oscuro y corbata, estaba más atractivo que nunca. Quiso lanzarse en sus brazos, entusiasmada desde que había leído la nota. Pero no se movió. ¿Y si su ilusión le había hecho malinterpretar el mensaje? Aunque, ¿qué se podría malinterpretar de esa nota? Aun así, no podía arriesgarse a dar nada por hecho.


—Sé que es tarde —se disculpó él—. Pero tenía que verte.


—He ido al teatro —explicó ella, intentando sonar tranquila a pesar de los nervios.


—¿Qué tal ha estado?


Él parecía igual de nervioso, probablemente porque le había visto lo hinchados que tenía los ojos y la nariz de tanto llorar.


—La obra ha sido magnífica —aseguró ella, y se frotó el rostro—. Disculpa mi aspecto. Estoy bien. Comportándome como una chica, como dirían mis hermanos.


—¿Puedo entrar, Paula?


—Claro, perdona.


Entre emocionada y temerosa, le invitó a entrar en el pasillo que daba a su habitación, dominada por una enorme cama de matrimonio. Aparte, sólo había una silla, una butaca en una esquina.


—Siéntate ahí —le indicó—. Yo lo haré en la cama.


—Preferiría no sentarme —dijo él, con los ojos brillantes—. ¿Has leído mi nota?


—Sí. Ha sido una gran sorpresa. 

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