La siguiente carta tardó casi una semana. Pero entre tanto, su madre había llamado por teléfono. Le había dicho, ilusionada, que estaba feliz. Pensaba casarse en octubre. ¿Le molestaría a Paula quedarse hasta que volviesen, probablemente en noviembre?
—Solo unos meses, Paula. Y en cuanto lleguemos, Gerardo dice que tienes que decirnos lo que quieres hacer y te ayudaremos. Es tan amable y generoso... Por supuesto que si vende su negocio pronto, regresaremos a casa en cuanto podamos —dijo, lanzando una carcajada feliz—. Te he escrito una larga carta sobre la boda. Emma y Juan nos ofrecerán una pequeña fiesta y me pondré un traje monísimo... Está todo en la carta.
La carta llegó, rebosante de ilusión y noticias: "No tienes ni idea de lo delicioso que es no tener que preocuparse por el futuro, tener a alguien que se ocupe de mí, y de tí también, por supuesto. ¿Ya has decidido lo que quieres hacer cuando lleguemos a casa? Tendrás tantos deseos de independizarte por fin, tu vida ha sido tan aburrida desde que dejaste la escuela"...
Aburrida pero agradable, reflexionó Paula. Contribuyendo a que su casa de huéspedes fuese un éxito; sabiendo que era útil; sintiendo que ella y su madre lograban algo. Y ahora tendría que comenzar de cero. La llegada de dos turistas impidió que se hundiese en la autocompasión. Por la noche durmió de un tirón porque estaba cansada, aunque en cuanto se despertó, más pronto de lo habitual, los pensamientos se agolparon en su mente. Decidió no seguir dándole vueltas al asunto, se puso una bata y salió al jardín con un jarro de té acompañada por Marc y Félix. Se estaba bien en el huerto, y con el alegre sol del amanecer era imposible sentirse triste. Sin embargo, sería agradable tener alguien con quien hablar del futuro... Recordó al corpulento doctor Alfonso. Seguro que él la escucharía y le diría qué hacer. Se preguntó qué estaría haciendo... El doctor Alfonso se hallaba sentado ante la mesa de la cocina de su casa, un elegante edificio del siglo XVIII en un barrio distinguido de Londres. Llevaba un polo y un par de pantalones viejos, y no se había afeitado. Tenía la apariencia de un rufián, un rufián guapísimo que comía una rebanada de pan con mantequilla. Sobre la mesa había un corazón de manzana. Lo habían llamado de urgencia a eso de las dos de la madrugada para operar a un paciente con una úlcera perforada, y ciertas complicaciones le habían impedido volver a la cama. En ese instante se hallaba de camino a la ducha para iniciar su día. Acabó el pan, se inclinó a acariciar la suave cabeza del labrador negro que se sentaba a su lado y se dirigió a la puerta, que se abrió justo cuando llegaba a ella. El hombre joven que entraba ya estaba vestido, impecable con su chaqueta negra de alpaca y sus pantalones de rayas. Se hizo a un lado para dejar pasar al doctor y le deseó los buenos días.
—¿Vuelve a salir, señor? —preguntó con seriedad—. Debió haberme llamado —le dijo al ver el corazón de manzana—. Le hubiese preparado algo de beber caliente y un sándwich.
—Ya lo sé, Bernardo—dijo el doctor dándole una palmada en el hombro—. Bajaré dentro de media hora para tomarme uno de tus desayunos especiales. He despertado a Tiger, ¿Podrías abrirle para que salga al jardín?
Subió las bonitas escaleras para ir a su habitación pensando en lo que tenía que hacer más tarde. Desde luego que no había sitio para Paula en su cabeza. Media hora más tarde se encontraba sentado comiendo el espléndido desayuno que ella había dispuesto en el saloncito trasero. Una puerta acristalada daba a un patio y un jardín pequeño donde Tiger paseaba. Luego se sentó junto a su amo para masticar cortezas de beicon y más tarde lo acompañó a dar un rápido paseo por las calles todavía silenciosas, antes de que el doctor se metiese en el coche y condujese la corta distancia hasta el hospital. Paula despidió a sus dos huéspedes, preparó la habitación para sus siguientes ocupantes y luego, siguiendo un repentino impulso, fue hasta el pueblo a comprar la gaceta regional en la oficina de correos.
—Y tu madre ¿No regresa todavía? —le preguntó el señor Truscott al darle el cambio—. Ya lleva bastante tiempo fuera, ¿No?
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