martes, 31 de agosto de 2021

Conectados: Capítulo 44

 –¿Quieres que hablemos de Lorena? Muy bien, pues te contaré lo que pasó. No rompimos; fue ella quien me dejó. Me dejó el mismo día que salí del hospital, porque le enfermaba ver el estado en que había quedado tras el accidente, incapaz, hecho un guiñapo. Ahí lo tienes. ¿Satisfecha? –le espetó Pedro–. Lo único que sentía por mí era lástima. En cuanto me vió en la silla de ruedas supo que, si se quedaba a mi lado, su maravillosa vida de celebridad se habría acabado. Por eso me dejó. Había dejado de ser útil para su carrera.


Miró a Paula, que se había rodeado la cintura con los brazos, y parecía tan frágil y vulnerable que se sintió como un gusano por haberle causado tanto pesar.


–Perdóname, Paula. Lo siento tanto… Se suponía que esta iba a ser una noche especial para tí.


Ella alzó la barbilla y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.


–A esa chica encantadora que hay ahí dentro le importabas –le dijo con voz entrecortada–, pero tú la alejaste de tí. Fuiste tú quien le dijo que se marchara, ¿No es verdad?


Pedro apretó la mandíbula.


–Después de todos esos años juntos todavía no sabía o no si me quería –protestó él, golpeando el aire con un puño–. Creía que debía sentirme agradecido cuando se ofreció a quedarse a mi lado y cuidar de mí. ¡Como si necesitaría otra enfermera! No podía creerlo. Así que, sí, le dije que se fuera y que hiciera su vida. Y se marchó, ya lo creo que se marchó. Tomó el primer avión al día siguiente.


–O sea que fue tu orgullo lo que la apartó de tí. Por Dios, Pedro… ¿Todavía la quieres? –inquirió con voz trémula.


–No, ya no.


Ella se quedó mirándolo, con los ojos llorosos y una expresión mezcla de angustia y del más profundo afecto.


–No, por supuesto que no. Ya no queda sitio en tu corazón más que para tu ego. Todos estos días no has hecho más que hablarme de lo mucho que estabas esforzándote para demostrarle a la gente del sector que estás en forma y que vuelves a estar en la cresta de la ola porque crees que se lo debes a tu familia y a Cory Sports –sacudió la cabeza lentamente y levantó el brazo para parar un taxi que pasaba–: Deja de engañarte. Si estás forzando tu cuerpo a pesar del dolor y estás haciendo como que todo está bien, no es por el negocio. Lo estás haciendo para demostrarte a tí mismo que sigues siendo el mismo hombre: El campeón, el rey del surf. Pues enhorabuena: la prensa te adora. Espero que eso te haga feliz.


Y, dicho eso, se dió media vuelta, se subió al taxi y éste se alejó, adentrándose en el tráfico londinense, mientras Pedro veía impotente cómo se perdía en la distancia la mujer de la que se había enamorado, la única persona que quería que lo adorase. 





De: Pau_Chaves@constellationillustrations.com


Para: Sofi@saffronthechef.net


"¿Cómo va todo? Espero que las cenas de empresa de Navidad no los estén volviendo locos. En el museo hemos estado más ajetreados que nunca. Supongo que la gente que está por la zona para hacer sus compras navideñas aprovecha para hacer un descanso y culturizarse un poco. Por cierto, ¿Te dije que convencí al gerente de la cafetería del museo para que compraran ese café tan maravilloso que tomé en casa de Federico? Pues está siendo todo un éxito. Tanto como mis tarjetas de Navidad. Se están vendiendo muy bien. Y dentro de solo dos semanas por fin empiezan mis vacaciones de Navidad. ¡Qué felicidad! Besos, Paula". "P.D.: ¿Has visto?, ahora ya tengo mi propio correo, como una ilustradora profesional".




–Me alegra que haya disfrutado de su visita –Paula sonrió a la mujer y metió en una bolsa de papel el libro que esta acababa de comprar sobre la colección de porcelana del museo–. Si vuelve en enero, podrá ver la nueva exposición de jade de la antigua China; promete ser algo muy especial –añadió rodeando el mostrador de la tienda para darle la bolsa.


La mujer, que era la última cliente del día, se despidió con una inclinación de cabeza y salió de la tienda. Paula recogió todo, se puso el abrigo y el gorro, y estaba colgándose el bolso en bandolera para irse cuando un aroma familiar flotó hasta ella, haciéndola girarse sobre los tobillos. Y sus piernas se quedaron clavadas al suelo al ver a Pedro frente a ella.


–¿Qué… Qué estás haciendo aquí? –inquirió.


Su voz había sonado ahogada y patética, y sintió una punzada en el pecho cuando lo vió entrar en la tienda, llenando el espacio con su presencia, y haciendo que el corazón, a pesar de lo que le había hecho, le palpitara con fuerza, como si se alegrara de verlo.


–Creía que estabas en Tenerife.


–Y yo creo recordar –dijo él con esa voz deliciosa que tenía el poder de convertir sus piernas en gelatina– que en este museo hay una exposición fantástica de manuscritos iluminados de la Edad Media. ¿Hay alguna posibilidad de una visita guiada de esa sala? –le preguntó, esbozando una sonrisa.


–Una visita guiada… –repitió ella aturdida. Cuando por fin su cerebro reaccionó, carraspeó y le contestó–: Lo siento, pero cerramos dentro de un par de minutos. Tendrás que volver otro…


Pero no llegó a terminar la frase, porque Pedro avanzó, acortando los pocos pasos que los separaban, con sus ojos fijos en ella, impidiendo que su mente formara siquiera un pensamiento racional. ¡Ay, Dios! Estaba aún más moreno y más guapo. Y olía aún mejor. Y cada célula de su cuerpo parecía estar gritando cuánto había ansiado volver a verlo. Cada día que había pasado desde la noche de la entrega de premios había sido una tortura.


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