jueves, 26 de agosto de 2021

Conectados: Capítulo 39

Ella se quedó mirándolo un instante en silencio, pero luego deslizó el brazo que tenía en su espalda hasta su hombro y le sonrió.


–Está usted de suerte, señor Alfonso, porque estoy libre para el próximo vals. Será un placer bailar con usted –dijo mirándole a los ojos–. Aunque yo también debo advertirle de que estoy desentrenada en lo de bailar en pareja; el único sitio donde he bailado últimamente ha sido en la cocina, con la radio puesta, mientras cocinaba.


–¿Sabes qué?, olvídate del vals –replicó él atrayéndola hacia sí con una sonrisa–. Deberíamos bailar algo con más ritmo, como una rumba.


–Pues vas a tener que enseñarme, porque eso no sé bailarlo.


Pedro puso las manos en sus brazos desnudos, deleitándose en el suave tacto de su piel.


–Es así –le explicó–: un paso atrás a la derecha, luego hacia la izquierda, luego hacia delante, y luego a la derecha, como si estuvieras dibujando un cuadrado –deslizó el pie izquierdo hacia atrás, llevándola con él, y completaron el resto de los pasos–. Eso es. Y el ritmo va así: lento, rápido, rápido, lento… ¿Me sigues?


–Creo que sí –murmuró Paula, pero se quedó quieta y le rodeó el cuello con los brazos. 


Luego levantó la cabeza, y su cabello le rozó la barbilla cuando lo besó, algo vacilante, en la clavícula y en el cuello. Sus labios eran tan suaves, y tan, tan cautivadores… Con cada beso se acercó un poco más a él, hasta que sus caderas quedaron apretadas contra las de él, arrancando de su garganta un gemido.


–Paula –murmuró, tomándola por los hombros con la intención de apartarla de sí.


Pero, sin saber cómo, se encontró enredando las manos en su pelo, se inclinó hacia ella y la besó con pasión. Acarició su lengua con la suya y también el labio inferior antes de succionarlo suavemente con los suyos. Ella gimió y ladeó la cabeza para que pudiera besarla mejor. Cuando sus labios se despegaron, lo miró con una mirada llena de preocupación, tristeza y arrepentimiento, como si esperara algún comentario hiriente, recriminándole lo tonta que había sido por invitarlo a subir a su dormitorio. Aquella mirada se le clavó en el alma. No quería que Paula fuese simplemente su acompañante en el evento de esa noche. Quería volver a verla. Creía que había decidido que no quería volver a tener una relación seria, pero ella estaba trastocando sus esquemas, haciéndole cuestionarse tantas cosas… ¿Debería arriesgarse y demostrarle lo especial que era? ¿No implicaría eso poner en riesgo también a su corazón? Deslizó una mano por la espalda de Paula y la cerró sobre sus nalgas, apretándola contra sus caderas. Cuando el beso terminó ella estaba tan jadeante como él. Estaba preciosa, con el cabello oscuro desparramado sobre los hombros, las mejillas sonrosas y una sonrisa deslumbrante en los labios. Un mechón cayó hacia delante cuando apoyó la cabeza en su pecho. Pedro lo apartó, remetiéndolo tras la oreja, le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la barbilla en su cabeza. Permanecieron así unos instantes, abrazados y con los ojos cerrados. Cuando ella finalmente se movió, abrió los ojos y bajó la vista hacia ella. Y esa vez no solo sonreían los labios de Paula, sino también sus ojos. Y con solo mirarla sintió como si el corazón fuese a estallarle de felicidad. ¡Dios, la quería tanto…! ¿Que la quería? Pedro se quedó paralizado. La cabeza le daba vueltas. ¿Se había enamorado de ella?


–No sabía que los deportistas bailaran tan bien –bromeó Paula. Luego se mordió el labio inferior, y con una sonrisa coqueta le preguntó–: ¿O es que soy una chica con suerte y eres la excepción que confirma la regla?


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