Inspiró profundamente y se volvió hacia Pedro.
–¿No te parece que hacemos buena pareja, tan elegantes los dos? –le preguntó juguetona, con una sonrisa en los labios.
Pedro la tomó de la barbilla y le dio un largo beso en los labios.
–Ya lo creo –respondió con una sonrisa satisfecha–. Y con un poco de suerte los fotógrafos estarán tan ocupados contigo que se olvidarán de mí –le dio un toque en la punta de la nariz con el índice.
Paula se rió.
–Ya, seguro. ¿No te habrás tomado unas copas antes de salir, verdad? Pero ahora en serio: ¿Hay alguien a quien deba deslumbrar o con quien deba estar vigilante? Lo digo porque, aunque me alabaste por ser tan sincera, a veces el ser demasiado sincera hace que me meta en líos.
–No te preocupes –contestó él, apretándole la mano con una sonrisa–. A la prensa y la televisión solo le interesan los deportistas y las personas famosas que acuden al evento. Habrá algunos fotógrafos a la caza y captura de instantáneas jugosas para las revistas del corazón, pero a nosotros no nos molestarán. Sobre todo con Lorena Wilde pavoneándose por ahí. Le encantan esta clase de eventos. Viene como acompañante de su novio, Carlos Ramírez, un futbolista que ha sido nominado para los premios de esta noche.
–¿Lorena Wilde, la modelo? –inquirió Paula, curiosa por el repentino cambio en su tono–. ¿La que presenta un concurso de modelos en la tele?
–La misma. Solo que cuando yo la conocí, hace años, estaba empezando y esperando a que saliera su gran oportunidad. Era lista, guapa y ambiciosa, y convencí a Federico para que la contratáramos para una campaña de nuestra línea de biquinis y ropa de deportes acuáticos. Nos convertimos en la pareja famosa de la temporada.
¿Pareja?, ¿Había dicho «pareja»?
–Un momento, rebobina. ¿Estás diciéndome que Lorena Wilde fue novia tuya?
Él encogió un hombro.
–Pensé que lo sabías. Publicaban fotos nuestras en todas las revistas y salíamos por la tele. Supongo que vendía, el romance entre el surfista y la modelo –giró la cabeza hacia la ventanilla–. Estuvimos juntos tres años.
Tres años… Pedro había tenido una relación de tres años con una de las mujeres más bellas del mundo… A Paula se le cayó el alma a los pies. ¿Qué estaba haciendo un hombre como él con alguien como ella?
–Tres años… Eso es mucho tiempo –dijo en un hilo de voz.
–Sí que lo es. Pero rompimos después de mi accidente. Resulta irónico que vaya a reencontrarme con ella precisamente esta noche, ¿No?
El chófer aminoró la velocidad; habían llegado a su destino. Pedro echó una mirada por la ventanilla antes de volverse hacia ella y darle unas palmaditas en la mano con una sonrisa despreocupada.
–Relájate y recuerda lo que te he dicho. Tú sonríe, quédate a mi lado, y todo irá bien. ¿Lista? Tenemos que salir.
Y antes de que Paula pudiera siquiera prepararse mentalmente, la limusina se detuvo. En cuestión de segundos el chófer estaba junto a su puerta, y apenas tuvo tiempo de desabrocharse el cinturón y tomar su bolso antes de que Pedro, que ya estaba fuera, le tendiese la mano para ayudarla a bajar. Se vió envuelta de inmediato en una nube de flashes y el griterío de la multitud congregada en las inmediaciones del hotel donde se iba a celebrar el evento. La travesía por la alfombra roja se le hizo eterna, pero se agarró con fuerza al brazo de Pedro y obligó a sus pies a moverse mientras él saludaba a diestro y siniestro y se detenían a posar para los fotógrafos.
–Ha sido horrible –le dijo cuando por fin cruzaron las puertas del hotel–. ¿Cómo consigues parecer tan relajado?
Pedro sonrió.
–Me digo que esto es buena publicidad para Cory Sports. Nosotros somos quienes pagamos el evento, y todos sacamos algo de ello: Los patrocinadores, los accionistas, los medios… Nos necesitamos los unos a los otros –la rodeó por la cintura, atrayéndola hacia sí, y le susurró al oído–: Pero no tienes que preocuparte, tú has estado espectacular. Parecías una estrella de cine.
–¿Yo, una estrella? ¿En serio? –inquirió ella con incredulidad.
–Una estrella –repitió Pedro, y le guiñó un ojo.
Paula no acababa de creérselo, pero ese cumplido le dio ánimos. Quizá podría sobrevivir a aquello después de todo. Aunque aquella ex novia tan guapa de Pedro estuviese allí. ¡Ay, Dios! Mientras cruzaban el inmenso vestíbulo, Pedro le señaló un pequeño grupo de personas reunidas a un lado. Federico estaba entre ellos, y cuando los vió les agitó la mano para que se acercaran. Pero un equipo de televisión había visto también a Pedro, y el reportero, micrófono en ristre, los interceptó.
–Señor Alfonso, nos alegramos de volverlo a ver. ¿Podría concedernos una entrevista rápida antes de la ceremonia? Le prometo que serán solo cinco minutos.
Pedro miró a Paula.
–¿Te importa que…? Acabaré enseguida.
–No, claro que no –contestó ella, como si aquello fuese algo de lo más habitual–. Te espero.
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